Por Tesa Vigal
Es por lo tanto un trabajador de las apariencias. Y este es el
tema de la historia, pues a raíz de las fotos inocentes en el parque el
protagonista va descubriendo que cada imagen escondía otra imagen y ésta, a su
vez, ocultaba otra realidad. Y uno se pregunta al final de la película si no es
eso lo que se hace, más o menos inconscientemente, con la llamada “realidad”.
Ante todo decir que, para mí,
‘Blow up’ es una película única, pero también en la filmografía de Antonioni.
Las otras películas que he visto de él podrán tener cierto interés puramente
mental, pero a mí no me llegaron. Todo lo contrario que ‘Blow up’. Tiene un
principio amable y cotidiano (tranquilo paseo de un fotógrafo por un parque
londinense) que, poco a poco, va desvelando que nada es lo que parece. Su campo
de trabajo sería una primera pista: es un fotógrafo de moda que trabaja con
modelos, esto es con algo que es moldeado y maquillado para crear imágenes
artificiales.
Memorable por su fascinante secuencia del proceso de revelado de unas
fotos casuales, donde surge por sorpresa un crimen enigmático, solapado bajo la
apariencia simple de una pareja abrazándose y yendo de la mano por el parque.
Las fotos apuntarán a que los movimientos de la pareja eran premeditados y con
una intención clara: la muerte por el disparo de una pistola escondida entre el
follaje. Y así aparece un cadáver donde las fotos indican que debe estar, para
luego desaparecer como si nunca hubiera existido.
Por el contrario, las idas y venidas de sus personajes (encarnados por
David Hemmings, Venessa Redgrave, Sara Miles, John Castle y Jane Birkin)
parecen todas intencionadas, movidas por todo el sentido de lo cotidiano y, sin
embargo, bajo ese aparente rumbo se revelan confusas, arbitrarias y pululantes,
como hojas arremolinadas por una ráfaga de viento que viene de lo desconocido y
allí desaparece también. Y esa luz increíble, irreal, del parque londinense
donde el fotógrafo saca las fotos y donde ve saltar en pedazos,
subrepticiamente, su realidad y su trabajo. Ese viento agitando los árboles
que, por un instante, transmite poder sin nombre.
En ‘Blow up’ el interrogante es sobre la naturaleza de la propia
realidad, el misterio de la percepción personal, con la que todos construimos
el mundo, que va incidiendo en el papel que jugamos. Voluntaria o
involuntariamente.
¿El fotógrafo crea la realidad con su cámara y sus luces igual que los
demás la creamos con nuestros enmarques? ¿Existe la realidad antes de percibirla?
Y si existe al margen de nosotros ¿la percibimos alguna vez de manera objetiva?
Y ese final de un partido de tenis imaginario, jugado por unos mimos sin
pelota, en el mismo parque donde empezó todo, cuando el fotógrafo no puede
menos, después de lo que le ha pasado, que sumarse al juego con una complicidad
resignada y lúcida (¿impotente también?).
Un especial encanto arisco. Una magia escurridiza. Un atractivo
enervante.
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