martes, 12 de mayo de 2020

El ángel exterminador de Buñuel

Por Tesa Vigal

El miedo encierra, paraliza, distorsiona. Esta película de Buñuel me impactó por su exacta manera de plasmar una situación frecuente, pero a menudo inconsciente. A la manera profunda de un sueño, cuando los símbolos están vivos, en ese lenguaje común a todos los seres humanos, al que también nos suele dar miedo llegar. 



Aparentemente todo es cotidiano, una agradable cena con conocidos más que amigos, en la que reina el formalismo, las convenciones, la incomunicación. Y, de pronto, un oleaje interior detiene nuestros actos, enturbia la visión, nos impide actuar y no podemos salir de una habitación con la puerta abierta, sin que nadie ni nada nos impida la salida. 

Y allí se quedan durante largas horas sin tiempo, envueltos por sus fantasmas personales que toman las riendas de sus palabras, gestos, incluso decisiones aparentemente sensatas dentro del delirio del miedo. Buscan, por ejemplo, la forma de comer, o dormir lo más cómodos posible ya que no pueden salir. Sin embargo, podrían hacerlo. Siempre me llamó la atención esa frase hecha que dice que el miedo es libre, cuando es todo lo contrario. 



El miedo es lo opuesto a la libertad. Los sentimientos no desaparecen o surgen a voluntad, ni siquiera cuando analizamos su causa. Y llega un momento mágico en la historia, cuando uno de los asistentes se fija en que todos están colocados en el mismo sitio en que decidieron irse y, al llegar a la puerta, no pudieron cruzarla. Revivir un momento posibilita vivirlo de otra manera, no es suficiente con recordar ni pensar sobre ello. Sobre todo cuando el miedo nos ha disfrazado, cayendo en convenciones supuestamente protectoras, como integrantes de un rebaño de ovejas, como las que de pronto visitan a los encerrados, subiendo las escaleras de la casa abierta.

La otra cara del miedo es el rechazo, nueva trampa que nos impide convivir, disfrazándonos con otra bonita imagen, la del negador sistemático. Sin embargo, la salida está en lo más

hondo de cada uno, lo que más miedo nos da. 
Me quedo con esa imagen de una mano fantasmal en la oscuridad, entre los cuerpos agotados y hambrientos, dormidos en el suelo de la habitación. Y ese niño, fuera, en la calle, que sí se atreve a entrar al jardín, aunque de pronto se detiene porque le da miedo el miedo que reina en aquel lugar.