Por Tesa Vigal
Se
trata de 'Perdición (Double indemnity). Billy Wilder tocó muchos
géneros, aunque se le conoce por las comedias. Esta es su película
de cine negro y resulta ser la quintaesencia del género. La historia
comienza en mitad de una acción. Un coche, haciendo eses y a gran
velocidad, aparca en la acera de una calle nocturna y de él se baja
un hombre herido que entra en un edificio, en un despacho, y allí
cuenta lo que le ha pasado, grabándolo en un magnetófono. Es su voz
en off (tan denigrada en el cine, aunque a mí me parece fascinante
cuando tiene sentido) la que pone aquí un aire intimista e
irrevocable, que contribuye mucho a su atmósfera densa, turbia.
Además la historia es un flash back, sabemos cómo va a acabar y,
sin embargo, no importa. Lo que importa es saber, vivir, cómo ha
sucedido todo. No hay lugar, por lo tanto, para destripar finales.
Contiene frases que
remarcan el olor a destino de la historia, entre las que destacan no sólo el
muy especial diálogo de la escena final (de la que luego hablaremos), sino
pequeñas puntualizaciones cotidianas como por ejemplo: “me tomé una cerveza,
que era lo que realmente me apetecía, para quitarme el sabor amargo de su té”.
O: “creí que eras más listo pero sólo eres más alto”.
La inquietante escena de asesinato, porque convierte en cómplice al espectador por dos razones. Mientras sucede, fuera de escena, vemos la expresión pasiva de la cómplice-testigo. A continuación el espectador se angustia con los asesinos cuando el coche no arranca.
Y la asombrosa estela
de envolvente oscuridad que va dejando tras de sí su protagonista Barbara
Stanwyck. Ese tono susurrante al decirle a su amante: “¿recuerdas…?”, cuando
éste flaquea y está a punto de renunciar al dinero en la escena del
supermercado donde se encuentran clandestinamente, mientras ella se baja
despacio las gafas de sol para mirarle a los ojos. En esa frase está contenido
el motivo real que les ha unido, más allá del pretexto del dinero, esa aventura
hasta el final, esa apuesta mantenida pase lo que pase.
Precisamente otro elemento turbador es la estrecha amistad entre un asesino protagonista y el buen hombre que investiga el crimen, sin saber que es el crimen de su amigo, Fred MacMurray, quien a lo largo de la historia siempre le da fuego a su amigo Edgar G. Robinson. Y en su memorable escena final, se vuelven las tornas. Es Robinson quien se saca una cerilla del bolsillo para encenderle el último cigarrillo a su amigo moribundo. Y surge uno de los diálogos más sutiles y emotivos. El que se está desangrando, a punto de morir, le comenta al otro que no pudo darse cuenta de nada porque le tenía demasiado cerca, al otro lado de la mesa. El otro sólo responde: “Más cerca” .
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