Por Tesa Vigal
Esta película empieza con el inmenso actor Philip Seymour Hoffman follando desesperadamente con su mujer. En ese matiz se encierra el tono vital de ese hermano mayor, en apariencia triunfador, pero que va revelando en sus alocados planes la fragilidad de una vida sin suelo firme bajo sus pies. Manipulando a su vulnerable hermano pequeño (magnífico Etham Hawke), y su apariencia de perdedor que sí coincide con su realidad, le convence para perpetrar un atraco a la joyería de sus padres. En realidad más que convencerlo le arrastra desde su posición de su supuesto poder y ambos se dejarán llevar por sus sentimientos desquiciados en un plan insensato, no por los detalles técnicos del mismo, sino porque ninguno tiene en cuenta sus capacidades y limitaciones personales reales.
Ese atraco es el pretexto vital y simbólico del que parte esta historia de
relaciones familiares, cuando se trata de ocultos afectos envenenados, con
secretos emotivos y pozos internos que socavan raíces y acaban provocando
explosiones en forma de decisiones, o actitudes difícilmente reversibles. Para
convencerlo, el hermano mayor le dice: “confía en mí, eres mi hermanito” y
persiguiendo su rendición total añade: “no te contaré nada del plan hasta que
aceptes”. Vemos las decisiones gestarse,
luego cómo empiezan a nombrarse entre sonrisas de falsa complicidad. Después el
resultado incontrolable, porque lo que se ha puesto en marcha es todo lo que se
ocultaba en el interior de cada uno.
Potente por su tema, por sus magníficas interpretaciones, por su tensa
atmósfera que te empapa con el desbordado interior de sus personajes. El
hermano mayor, y sus sucios chanchullos en la empresa en la que trabaja, acude
a una cita periódica con un camello glamuroso de aire oriental, vestido con un
abierto y flotante quimono japonés de seda, en su lujoso y minimalista
apartamento, para chutarse heroína y lograr relajarse un poco, aunque las
consecuencias serán una impotencia sexual progresiva por causa de la heroína. El
hermanito menor, divorciado y con una hija que le llama perdedor cuando no
puede pagarle un viaje del colegio, es amante de la mujer de su triunfador
hermano mayor. Poco a poco va influyendo todo en todo. El encadenamiento se
sucede por dentro y por fuera de los personajes. Sobre todo cuando entra en
escena su padre (Albert Finney) que será el duro desencadenante de la historia,
tan trastornado como sus hijos.
Y cada elemento se cuenta desde cada ángulo del suceso, desde cada visión
personal y cada escenario, en esta película seca, poderosa y espléndida, en la
que nadie quiere conocerse, ni pedir ayuda. No tienen salida porque ellos
mismos se arrinconan sin piedad. Hay una frase muy significativa del hermano
mayor: “el total es la suma de las partes, pero en mi vida no cuadra nada, no
soy la suma de mis partes”. Y una escena paralela en la que vuelca un gran
cuenco lleno de piedrecitas de adorno sobre una mesa de cristal, hasta
vaciarla, con la misma determinación ciega con la que encara su vida.
La última escena es resumen y esencia de todo lo que ha pasado en ella:
corta el aliento.
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