domingo, 22 de febrero de 2015

'Antes de que el diablo sepa que has muerto', de Sidney Lumet


Por Tesa Vigal

Esta película empieza con el inmenso actor Philip Seymour Hoffman follando desesperadamente con su mujer. En ese matiz se encierra el tono vital de ese hermano mayor, en apariencia triunfador, pero que va revelando en sus alocados planes la fragilidad de una vida sin suelo firme bajo sus pies. Manipulando a su vulnerable hermano pequeño (magnífico Etham Hawke), y su apariencia de perdedor que sí coincide con su realidad, le convence para perpetrar un atraco a la joyería de sus padres. En realidad más que convencerlo le arrastra desde su posición de su supuesto poder y ambos se dejarán llevar por sus sentimientos desquiciados en un plan insensato, no por los detalles técnicos del mismo, sino porque ninguno tiene en cuenta sus capacidades y limitaciones personales reales. 



Ese atraco es el pretexto vital y simbólico del que parte esta historia de relaciones familiares, cuando se trata de ocultos afectos envenenados, con secretos emotivos y pozos internos que socavan raíces y acaban provocando explosiones en forma de decisiones, o actitudes difícilmente reversibles. Para convencerlo, el hermano mayor le dice: “confía en mí, eres mi hermanito” y persiguiendo su rendición total añade: “no te contaré nada del plan hasta que aceptes”.  Vemos las decisiones gestarse, luego cómo empiezan a nombrarse entre sonrisas de falsa complicidad. Después el resultado incontrolable, porque lo que se ha puesto en marcha es todo lo que se ocultaba en el interior de cada uno.

Potente por su tema, por sus magníficas interpretaciones, por su tensa atmósfera que te empapa con el desbordado interior de sus personajes. El hermano mayor, y sus sucios chanchullos en la empresa en la que trabaja, acude a una cita periódica con un camello glamuroso de aire oriental, vestido con un abierto y flotante quimono japonés de seda, en su lujoso y minimalista apartamento, para chutarse heroína y lograr relajarse un poco, aunque las consecuencias serán una impotencia sexual progresiva por causa de la heroína. El hermanito menor, divorciado y con una hija que le llama perdedor cuando no puede pagarle un viaje del colegio, es amante de la mujer de su triunfador hermano mayor. Poco a poco va influyendo todo en todo. El encadenamiento se sucede por dentro y por fuera de los personajes. Sobre todo cuando entra en escena su padre (Albert Finney) que será el duro desencadenante de la historia, tan trastornado como sus hijos. 



Y cada elemento se cuenta desde cada ángulo del suceso, desde cada visión personal y cada escenario, en esta película seca, poderosa y espléndida, en la que nadie quiere conocerse, ni pedir ayuda. No tienen salida porque ellos mismos se arrinconan sin piedad. Hay una frase muy significativa del hermano mayor: “el total es la suma de las partes, pero en mi vida no cuadra nada, no soy la suma de mis partes”. Y una escena paralela en la que vuelca un gran cuenco lleno de piedrecitas de adorno sobre una mesa de cristal, hasta vaciarla, con la misma determinación ciega con la que encara su vida.

La última escena es resumen y esencia de todo lo que ha pasado en ella: corta el aliento.

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