jueves, 28 de diciembre de 2017

Lo opuesto a un artista es le película 'El autor' de Martín Cuenca

Por Tesa Vigal 

'El autor' habla de la actitud opuesta a abrirse a una historia que quiere ser relatada, con la forzada intención (que preside muchos talleres de escritura) que teje una red de trucos para atrapar al lector, poniendo de manifiesto que no se tiene nada que contar, sino sólo ansias de vender, o de ser reconocido, como le ocurre al penoso protagonista de esta peli con una interpretación enorme de Javier Gutiérrez. 

Su alcance es superficial, sólo roza la curiosidad de saber lo que va a pasar, por lo que ese libro se olvidará rápidamente, mientras que la profunda inmersión en una historia viva perdura y afecta a la persona entera que se mete en ella.


Un escritor de trucos, volcado en una lastimosa manipulación de la gente para que le sirvan como personajes, bajo el pretexto de que así será un suceso real. Eso es lo que le ocurre al protagonista, justificándose con la constatación de los hechos de sus vecinos, sin ningún tipo de sentimiento, ni sutilidad, ni hondura, ni empatía, ni exploración. Por eso se limita a dejar puesta la grabadora de su móvil en el alféizar de su ventana, registrar sus conversaciones y luego transcribirlas. 

Esos silencios como pausas vacías. El cretino del profesor del taller de escritura, sus alumnos recibiendo sus descalificaciones violentas, en un ejemplo perfecto de lo opuesto a un maestro. Ese momento de implacable crueldad, de ausencia total de empatía, con la que "el autor" escucha los problemas vitales, graves de los vecinos y pudiendo ayudarles no lo hace. No sólo eso, sino que les mentirá, diciéndoles que su situación no tiene arreglo, con tal de seguir escuchando sus conversaciones y que no se salgan del tema que está registrando en su grabadora. Y todo porque se le ha ocurrido un desenlace perfecto para atrapar al lector, dramático, extremo, en el que intervenga la muerte. 

Película de estremecedora tristeza, precisamente por rozar el esperpento, lo ridículo, en una atmósfera cerrada que transmite su patético deseo de ser valorado, porque es alguien que no se atreve a encarar sus problemas amorosos, una relación con su mujer ya inexistente, que además le desprecia, ni su soledad, ni su incomunicación vertiginosa, en una huida hacia adelante que sólo le llevará a un callejón sin salida. Da igual. Tampoco lo percibirá. Sólo se ve lo que se quiere mirar.