miércoles, 21 de noviembre de 2018

Sobre la incomunicación y otras vergüenzas: 'Shame' de Steve MacQueen

Por Tesa Vigal

Supongo que a muy pocos les dejará indiferentes esta película, que rezuma sentimiento, emoción y sensación a partes iguales. Pero, precisamente por ello, algunos la detestarán y otros se sentirán vapuleados para bien y para mal por su sincera exploración de la incomunicación y la forma personal de defenderse ante ella. En esta historia la defensa es una adicción. Al sexo; podría ser cualquier otro enganche. El caso es entregarse compulsivamente a algo que sustituya a lo que se necesita y no se tiene. 


El efecto en el protagonista de esta historia (impresionante interpretación del actor revelación de este año Michael Fassbender) es una enorme vergüenza por él mismo (de ahí el título de la película), por su incapacidad emotiva, por su atormentado aislamiento aunque no deje de follar con prostitutas, o de hacerse pajas dolorosas en internet. 

Pero lo que más me conmovió de sus luchas interiores no es que, como suele suceder, de tanto miedo el contacto emotivo con alguien que te atrae que resulte imposible el acercamiento sexual con esa persona, sino que la prisión es otra defensa inconsciente mucho más temible y 'perfecta'. Para que no exista el riesgo de una relación de persona a persona nadie te atrae realmente, a nadie deseas de verdad. A no ser alguien que lo haga por dinero, sin desearte a ti, sin que exista ninguna comunicación con ella aparte del mero follar. Aún así, es conmovedora la frase que les dirige a las putas mientras se visten, como si hiciera un último intento sabiéndose a salvo. Les pregunta si quieren tomarse una copa y ellas, justo antes de irse, le miran como diciendo '¿y eso a qué viene ahora?', y la puerta se cierra tras ellas dejándolo solo con él mismo. 

Esta impresión personal la saqué de varias escenas de la película. Aquellas en las que una persona, compañera del trabajo, se acerca al protagonista, quedan para cenar, incluso se van a la cama, pero claro, aparece la impotencia, la ausencia de deseo. Y su manera de quedarse solo, sentado con la cabeza apoyada en el frío cristal de un precioso ventanal sobre el mar, mientras una pierna se le mueve nerviosamente, como la única reacción de su soledad más honda y vulnerable. Lo intenta, sabe lo que le pasa, lo que necesitaría, pero de nada le vale ser consciente de su problema. ¿Y qué se hace cuando el primer escalón necesario para solucionar un problema, ser consciente de él, no es suficiente?



Película llena de hilos, algunos evidentes, otros sutiles o indirectos pero que completan el panorama sin salida aparente, de esa persona que sufre de manera desolada, cuando no se ve la salida y todo es pura vulnerabilidad y maldita fragilidad. Como la evidente de su hermana. Personaje que aparece en su vida, invadiéndola en busca de cariño, pero a diferencia de su hermano, ella lo hace de manera clara y patética. Como en la triste escena en que canta la famosa canción de Frank Sinatra 'New York, New York' y vemos el contraste entre la letra animosa y llena de empuje y su manera de cantarla, apenas un murmullo frágil a punto de romperse. Sentimos que esa letra jamás ha sido para ella y aún así la canta con asumida melancolía. Y una lágrima se desliza por la cara de su follador hermano, que no puede ayudarla porque es aún más frágil que ella y encima no sabe expresarlo fuera. 

Hay entre ellos un pasado en común doloroso, que no se sabe cuál ha sido y tampoco importa. Puede que con su familia, o quizás entre ellos mismos relacionados amorosamente y sin haberlo digerido bien. El caso es que el dolor del pasado les une y les separa porque su actitud presente es distinta aunque igual de ineficaz.


Asombrosa escena, una de las últimas de la historia, cuando él está follando con dos fulanas y su cara y su gesto es de tal dolor que todo se nubla, los límites se rebelan, la oscuridad invade la luz y la luz invade la oscuridad. Y en lugar de una escena de sexo, vemos, sentimos, primeros planos de piel sudorosa y gastada, ojos húmedos de mirada implorante, manos crispadas, luz confusa, desolación. 

El ser consciente de sus límites y sus luchas le lleva a todo tipo de reacciones con aire desesperado. Como cuando entra en un bar y poco después vemos que por un lado ha querido, para variar, comunicarse, a su torpe y sincera manera, con una chica que se acerca a la barra para buscar una cerveza y por otro ha conseguido ser castigado, pegado por el novio de la chica al oírle confesar, entre tímido y desafiante, lo que le ha estado proponiendo. 

Cada luz, cada mirada, cada imagen (ese uso puntual de las espaldas de los personajes), todo rezuma significado y te deja tratando de respirar hondo, removida más dentro de lo deseable y sin embargo, agradecida por tanta honestidad y tanta alma. 

La libertad es interior, o sólo una suposición: 'Azul' de Kieslowski

Por Tesa Vigal

'Azul' es la primera película de la trilogía de Kieslowski, dedicada a los tres colores de la bandera francesa: azul-libertad / blanco-igualdad / rojo-fraternidad. Cuando las estrenaron, en los 90, fue 'Azul' la que me impactó, y en su reciente reestreno hace un mes más o menos, la única que me apeteció volver a ver. De nuevo me impresionó la serena rabia con la que empieza desde cero su protagonista, una Juliette Binoche cuya interpretación me puso los pelos de punta. 

Esa aparente contradicción entre rabia y serenidad da lugar a una apabullante fusión, una actitud de entera sobriedad, sin concesiones, que abarca por igual a sus decisiones de vender algo, alquilar algo, destruir algo... tras desaparecer bruscamente su pasado en el accidente con el que comienza la historia, y que la coloca ante la posibilidad de enfrentarse cara a cara con la libertad. Con igual sobriedad se enfrenta y expresa sus sentimientos, aceptando lo que hay, dentro y fuera de ella. Y es su actitud lo que impacta, porque nace del centro de uno mismo, donde no sirven mentiras, ni vacíos formalismos, ni máscaras, ni siquiera furia. De nada sirve arremeter contra la lluvia, pero asoma la libertad en la manera de vivirlo. Justamente ahí reside el meollo de la libertad, que puede cambiarlo todo y crear infinitos caminos. 




La libertad no supone poder hacer cualquier cosa (se me ocurre que en ese caso desaparecería su vértigo misterioso), siempre hay circunstancias fuera de nuestro alcance, que nos vienen dadas como la lluvia, o el momento y lugar donde nacemos, la libertad es elegir cómo vivirlo aceptando las consecuencias. El vértigo de la dignidad interior, porque la dignidad no puede dártela nadie, y de ahí la naturalidad con que responde la protagonista a una propuesta de una vecina "en la que ya han firmado los demás vecinos": "No es asunto mío". La escueta decisión de dejar la vacía casa familiar, pendiente aún de venderse, a la amante de su marido, cuando se entera de su existencia y de que está embarazada. Porque la bondad no es debilidad ni tontería, sino todo lo contrario cuando es auténtica, y surge por lo tanto de la libertad, la empatía. 

La protagonista asume cómo se siente, aceptando que eso es lo que hay, y no hay por qué esconderlo, tampoco exhibirlo. Ambas cosas serían ya espurias, interpretaciones de un personaje tapando a la persona. Y, en este viaje interior, es fundamental el enorme magnetismo de J. Binoche, apenas sin palabras me transmitió todo lo anterior y algo más que desbordaba hondura, firmeza, fragilidad... Como en esa escena estremecedora en que descubre una rata, pide prestado el gato de un vecino, lo mete en la habitación para que se coma al roedor y a sus crías, y luego huye asustada, sin atreverse a volver a su casa, conmovida, vulnerable, hasta que recibe la ayuda de una vecina.

Cada gesto parece surgir del fondo de un pozo. Cada mirada trata de entender el mundo misterioso que nos rodea y del que también formamos parte, sin poder evitarlo. Toda la historia está empapada de una atmósfera sin nombre, cuando todo acaba y comienza, en tierra de nadie. La libertad siempre es fronteriza.

sábado, 14 de abril de 2018

Lo incompleto es el destino: 'Eternal sunshine of the spotless mind' de Michel Gondry

Por Tesa Vigal

'Eterno resplandor de una menta inmaculada' es el título de esta peculiar historia, de esas que se escapan de cualquier género. Incluso su desarrollo circular, empezando por el final, en realidad otro principio, no apunta a la repetición sino a la permanencia de algo inevitable (el encuentro de las dos mismas personas) pero de manera diferente. Quizás porque aquello de lo que huimos, cerrándolo en falso, no nos abandona y vuelve una y otra vez a nuestra vida exigiendo ser resuelto, para bien o para mal. Podría ser una forma que adopta el destino y el azar, su aspecto ciego, como si en nuestra vida existieran sucesos aleatorios y otros inamovibles. 

Todo esto se ignora en la primera escena, en la que un hombre se despierta en su habitación y sale hacia su trabajo pero, de pronto, decide faltar ese día y subirse a otro tren, hacia otra dirección para pasear por una playa cercana, donde descubre el primer punto extraño al ver hojas arrancadas en su cuaderno, sin recordar haberlo hecho. En la playa solitaria sólo ve a una mujer, a lo lejos, de cara al mar, y al volver al andén de la estación para regresar a su casa vuelve a verla y entabla con ella una conversación en el tren. 


Y, a continuación, en la manera de contarnos lo ocurrido hasta llegar a esa escena ya está presente el funcionamiento personal de la memoria, con sus saltos al margen de tiempo y espacio, su emocional hilo conductor que estará presente en toda la película, porque ese es uno de sus temas. Ese hombre comenta con sus amigos, con dolorida sorpresa, la carta que acaba de recibir donde lo avisan de que su novia ha decidido borrarlo de su memoria y por tanto no le reconocerá si vuelve a verlo. Y él decide hacer lo mismo. Acude a la misma empresa, donde aplican ese método científico que puede borrar de la memoria un hecho, o una persona. 

El título con el que se estrenó aquí, 'Olvídate de mí', es un poco penoso, al tratar de colar la peli como una comedia, o reduciendo la historia de manera brutal. No sé qué es peor. Sin embargo, su auténtico título expresa a la perfección su contenido, dejándolo ahí para que los espectadores exploren en el laberinto de la conexión entre identidad, memoria, destino y espejos.


¿Somos nuestra memoria? Teniendo en cuenta que la memoria es una selección personal de recuerdos, va a ser que no. Si somos lo que anida debajo de ella, debajo de nuestra historia, nuestra conciencia empieza a fluir por terreno profundo con fuerte olor a fuente. Nuestra fuente. En este caso, nuestro destino sería nuestra propia naturaleza. 

Esa exploración se plasma en la propia forma de contar la historia, con el eje central de esa larga secuencia en la que su protagonista (Jim Carrey) está dormido en su cama, con el casco conectado al ordenador en cuya pantalla vemos las zonas de su cerebro con los puntos a borrar y surgen escenas, imágenes de su memoria a saltos temporales, invocadas por sus propios sentimientos, en un fascinante laberinto por el que corre, huye, o se recrea, acompañado por sus contradicciones. Porque llega un momento en el que se arrepiente y decide recordar, negándose a olvidarse de ella (Kate Winslet), y su recuerdo invocado aparece junto a él en escenarios distintos de los que compartieron, tratando de escapar de ese proceso de olvido.


Fascinante y divertida la escena en la que ambos deciden huir a su infancia, lejos de los puntos apuntados en la lista de recuerdos a borrar, allí donde piensan que no los encontrará ese rastreo amenazante del ordenador. Y allí se refugian, debajo de la mesa de la cocina infantil de él, o en cualquier otro lugar donde ella no estuvo. Por ejemplo, en una tarde lluviosa en el sofá de su casa, donde se sientan y empieza a llover sobre los dos, porque allí se mezclan diferentes puntos en la secuencia de sus vidas. 

Cuando se conocen por primera vez, ella lleva el pelo teñido de verde, en mitad de su relación se lo tiñe de color mandarina, y cuando se conocen por segunda vez, al final-principio de la peli, lo lleva teñido de azul. Este es un punto curioso, reflejo del deseo de ella de marcar etapas, empezar una nueva plasmada en un pelo diferente, en una forzada huida hacia delante, reflejo de su inmediata decisión de borrar a su novio de su memoria. Decisión que parece inútil, así lo muestra también el recorrido de otra pareja de la historia, el doctor que dirige la clínica y la recepcionista, presente en el dormitorio de él, mientras le borran la memoria, y que se acerca seductora a su jefe para descubrir, al salir de la casa y encontrarse con la mujer de su jefe, que ya ha tenido con él una relación de amantes y ya la borró de su memoria.

Esa constatación de la inutilidad de huir de los propios sentimientos y tendencias, que se repetirán una y otra vez, hace que la recepcionista decida mandar a todos lo clientes de la clínica todas las cintas grabadas con sus recuerdos para que sepan lo que han hecho, lo que han borrado de sus vidas. Sepan las consecuencias y... Aquí aparece otro punto sugerente. Quizás eso revele situaciones inevitables en algunos, y en otros no. O en parte sí, en cualquier caso, se conocerán más profundamente y puede que así tengan una base más firme para elegir, o no; para vivir. A eso apunta la última escena, continuación de la primera con la que se abre la peli, cuando ambos escuchan sus propias voces hablando de la pareja que quieren borrar de sus vidas y sus motivos para hacerlo, y al darse cuenta de todo lo que implica, deciden vivir de nuevo una relación pero esta vez sabiendo, aceptando lo bueno y lo malo que los llevará a alejarse o acercarse. Ya se verá, pero con conocimiento de causa.

Acabo con una frase del escritor Lawrence Durrell: "Vivimos vidas que se basan en una selección de hechos imaginarios". Porque en lo imaginario está la inevitable interpretación personal, y en ella el motivo de la selección. O quizás no hacía falta esta última frase.