Por Tesa Vigal
Película imposible de catalogar, con un encanto inolvidable pero turbadora, agridulce, de insólitos diálogos y personajes frescos y auténticos
con sus contradicciones a flor de piel. Sin más lejos la última palabra de la
película es "asquerosa". Una mirada particular, aparentemente sencilla
y, sin embargo, su espontaneidad es como un cofre lleno de recovecos y resortes
secretos. De allí salen atajos, rizos, rincones, vueltas de tuerca, callejones
sin salida y agujeros negros. Y todo engarzado en un ludismo indómito que es la
carta comodín para poder jugar a plena luz y también en la oscuridad.
No
es una aventura, sino la actitud aventurera que acompaña a sus dos protagonistas.
Jean Paul Belmondo, un ser marginal y seductor, natural y amoral, sincero y en el límite de sí mismo, y sus amores con una chica americana empeñada en descubrir la auténtica
naturaleza de sus sentimientos, nada menos, pase lo que pase. Los dos dejan que llegue el
viento hasta su cara para responderlo con su aliento. La traducción literal del título de la peli es hasta el último aliento.
La
naturalidad perturbadora con que un niño puede sostener la mirada. Y la naturalidad
en la interpretación, complementaria con el encanto ambiguo de las escenas amorosas que no
suelen salir en las películas, esas que surgen de los diálogos posteriores al sexo, que son
los más auténticos aunque se mienta, porque manan del roce inevitable de lo íntimo, lo sexual que los ha
precedido.
Historia
de un amor imposible, no por intervenir la muerte o cualquier otro tipo de
separación exterior, sino por llevar los sentimientos al límite.
Mi favorita es la
escena del sombrero compartido donde se fusionan lo sensual, el ludismo, lo
mental y lo imaginario. Y el último plano, con Jean Seberg mirando directamente a
la cámara con inenarrable expresión. Sus
tiempos a contrapelo, su respiración...
Su
etiqueta de "nouvelle vague" queda arrinconada, para mí, en el rincón de lo
técnico y el limbo de lo clasificatorio. Por cierto, siempre me he preguntado si esta película hubiera sido posible sin el argumento de Truffaut. Como todo lo memorable (ya sea para amarla o para odiarla) desborda etiquetas.
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