lunes, 30 de marzo de 2015

El amor a tres bandas de 'Jules et jim' de Truffaut

Tan especial como triste. Su encanto indefinible hechiza, perturba, provoca preguntas, hace volar y luego golpearte contra el misterio de la naturaleza humana y sus laberintos. Comparto la opinión de mi viejo amigo Jorge Martín que escribió sobre ella: “Este cineasta nació para hacer ‘Jules et Jim’. Es una película que tenía que existir, tenía que hacerse como en literatura ‘Crimen y castigo’ de Dostoievski, o como ‘M. el vampiro de Dusseldorf’, o como ‘Frankenstein’. No me habría importado demasiado si no hubiese hecho otra película en su vida salvo ésta”.

Esta película poética, lúdica, melancólica, cuestionadora, explora el origen de la amistad, de cómo la amistad es la base del amor (cuando es amor y no una relación intercambiable para remediar la soledad), de cuando el deseo surge de una íntima conexión y de cuando surge de un acercamiento inevitable, de las personas con muchas facetas a las que les resulta difícil poder compartirlas con una sola pareja, de la natural aparición de varias parejas de distinto nivel, contacto, expresión, pero todos ellos igualmente imparables. 
Por Tesa Vigal

Habla, por tanto, de la misma naturaleza del amor, uno de los grandes misterios, revelando que es tan natural una relación monógama como las otras, dependiendo de las personas implicadas. Y de la dificultad de encontrar personas que lo gocen y lo entiendan sin sufrir. Siempre suele aparecer un lado del espejo que acaba enturbiándolo y aquella relación con vocación de libre maravilla se estrella contra las contradicciones.


La historia empieza con la amistad profunda, cómplice, de Jules (Oscar Werner) y Jim (Henri Serre), de esas amistades tan compenetradas que llegan a formar casi una tercera persona producto de su mezcla única. Escenas llenas de rotunda intensidad y desenfadado juego que adquieren otro sentido y conexión a tres bandas cuando conocen a Catherine (Jeanne Moreau). El sentido que da mayor profundidad a su amistad, añadiendo a ella la peculiaridad de Catherine, su apuesta radical por la vida que fascinará a los dos amigos, les turbará, les enfrentará a sus contradicciones y les hará vivir en el presente, lo único que existe, reconociéndose a sí mismos y reconociendo a los otros. Vivir al límite no tiene que ver con acciones externas sino con actitudes internas y es insostenible aunque allí anida lo auténtico. 

Una frase de la película hablando sobre su encuentro con Catherine: “Jules y Jim estaban emocionados, como ante un símbolo que no comprendían”. Y Jules hablando de Catherine con Jim: “Hace las cosas a fondo, una por una. En todas las circunstancias, en medio de su claridad y su armonía, vive guiada por el sentimiento de su inocencia”.
A Catherine le fascina el soñador Jules. Y le atraerá con la misma intensidad el apasionado Jim. Pero hay más. A Catherine también le hará feliz la rica y divertida amistad de Jules y Jim, reconociéndola como una persona más. Por eso tendrá una relación con los tres y cada uno de los tres dará sus frutos, enfocará esquinas y rastreará huellas. El camino es la meta. La escena en la que Catherine se viste de chico y se pone un bigote y corren por la calle, como vagabundos de su propia complicidad. O cuando van en bicicleta, o cuando ella les canta, o les sonríe con desafiante alegría.

Y sin embargo esa melancolía, siempre aleteando sobre sus cabezas, porque ellos se muestran incapaces de sostener esa historia. Los dos se irán alejando, vencidos finalmente por sus miedos. Catherine también se rendirá, con una acción final que apunta a su más íntima y absoluta manera de sentir la vida. Para mí es ahí donde radica el más escurridizo misterio de la historia. Su lado más temible, ese que roza abismo y bucea bajo el mar profundo. Esa actitud que no admite convenciones ni sucedáneos. 
Truffaut
Pero siempre quedará lo luminoso de la amistad, la entrega incondicional de los niños jugando. El desafío de la libertad, ese ingrediente básico del amor, que pocos respetan (y aún menos miman). Suele preferirse la comodidad a corto plazo de las etiquetas y la supuesta seguridad de la lista de obligaciones.
Si se vive se explora. Si se explora da miedo. Si se vive el miedo, desaparece. Creo.
    

lunes, 16 de marzo de 2015

'Lost in translation' de Sofía Coppola

Por Tesa Vigal

Si esta atmosférica película de Sofía Coppola (recomiendo más aún su fascinante ‘Las vírgenes suicidas’, basada en el no menos fascinante libro de Jeffrey Eugenides, del que hablé en el blog: http://www.librosconaliento.blogspot.com ) fuese un poema sería un haiku, ese tipo de poesía oriental formada tan solo por tres o cuatro versos aparentemente sencillos, pero con el enigmático calado que tiene la presencia misteriosa de los objetos y los momentos al mirarlos y sentirlos. Cuando las circunstancias o el escenario se dejan reposar, dando tiempo a que su influencia empape lentamente a las personas inmersas en ellos.


Si fuese música sería la canción que Bill Murray canta en el karaoke: ‘More tan this’ de Roxy Music, más que esto. Porque eso es lo que piden a la vida sus dos protagonistas (ella Scarlett Johansson), inmersos en el extravío vital a que se refiere el título. No solo perdidos en la traducción, sino en la incomunicación con sus respectivas parejas y con el mundo en general en un momento en que ninguno de ellos está contento consigo mismo, ni sabe por dónde tirar. Ni siquiera si habrá una puerta de salida. También piden “más que esto” en la relación amistosa que han entablado, conectando por su situación de perdidos que por fin encuentran a alguien con quien poder compartirla.
Atmósfera sutil, plagada de emociones contenidas, salvo en su escena final en que las palabras y el abrazo surgen por fin en voz baja, en un murmullo que solo oye ella, la mujer a la que van dirigidas las palabras, creando una aura casi mágica a la peripecia de sus dos protagonistas, perdidos en tierra extranjera, que aquí es un reflejo de su propia incomunicación interna, que les coloca en tierra de nadie donde reina la soledad en compañía, con diálogos o sin ellos.


Su gran peculiaridad es que no se trata de una historia de amor al uso, sino que va más allá. Para mí es una historia de amistad, íntima, esa que recoge los silencios compartidos apaciblemente, cuando lo más frecuente es que el silencio incomode y sea lo que más miedo da a la gente. Casi diría que el silencio es la prueba de la amistad. Esa conmovedora escena en que se sientan uno al lado del otro sin decir nada, con toda naturalidad, en medio del pasillo donde se encuentran. Y esa otra en que comparten insomnio en la cama, vestidos, rendidos al fin por el cansancio, intercambiando frases íntimas sobre su soledad, hasta quedarse dormidos, como una cumbre de intimidad compartida que no necesita más.

Esta película no es para reír, aunque tenga toques cómicos. Es una historia melancólica y sincera, de dos personas asumiendo su torpeza y sus límites, también sus anhelos, como en la ya mencionada escena del karaoke, cuando Bill Murray canta con su voz cascada y dubitativa, repitiendo el estribillo que queda como una pregunta al viento, como diría Dylan.

domingo, 8 de marzo de 2015

'La noche del cazador' de Charles Laughton

Por Tesa Vigal

Pocos personajes tan inquietantes como el predicador oscuro, sarcástico y turbador que protagoniza esta película, la única que dirigió el actor Charles Laughton. Robert Mitchum interpretó en esta historia el papel de su vida. En las antípodas de los que solía encarnar que, por otra parte, solía ser el mismo. Quizás por eso se crea ese paralelismo tan perturbador entre el actor insólito y el actor que recordamos, el predicador esperado y admirado socialmente y el predicador oculto y letal.


Un sádico perseguidor de niños, contemplado por sus ojos radicales e inocentes a lo largo de una huida que va destilando todo el aire mágico, la atmósfera implacable y amenazadora propia de un cuento mítico. El cazador es un ogro, o un monstruo vampírico y burlón que, a veces, aparece disfrazado bajo la máscara cotidiana y amable de un familiar.

Los niños son los únicos que ven la verdad tras su máscara, los únicos que han visto la burlona y peligrosa amenaza de un sádico, escondiendo el gozo que le produce la cercanía de sus víctimas. Los únicos que no se sorprenden y aceptan con naturalidad, al oír a lo lejos acercándose lentamente la canción silbada burlonamente por el asesino de su madre, a ese hombre que la sedujo sin el menor esfuerzo con todo el encanto de un caballero del sur.



Su madre asesinada flotando entre las plantas acuáticas en el fondo del río, como un sueño de aspecto suave y fondo de pesadilla. Sueño opresivo y quieto, un ojo implacable. Ojo que mira y es visto como las dos palabras tatuadas en sendos nudillos de las manos del predicador : odio-amor. Como una mirada voraz sobre el mundo, queriendo abarcarlo todo para su placer escondido. O dirigir palabras tiernas a sus inmediatas víctimas. Cancioncilla sangrienta. Río neutral que sigue fluyendo a pesar de todo.