domingo, 7 de septiembre de 2014

'Apocalypse now' de Coppola no es una película de guerra sino un viaje al corazón de las tinieblas

Por Tesa Vigal

Las situaciones radicales, la guerra por ejemplo, se pueden mirar desde el otro lado del espejo. Pero cuando, además, se vive desde allí se invoca el mundo de la película ‘Apocalypse now’. 


Las valkirias desatadas de Wagner sonando a todo volumen desde los helicópteros yankys. La selva disolviendo fronteras y límites. El viaje en barco de Martin Sheen por el río vietnamita, auténtico río del olvido en busca de un hombre extraño, perdido en su rebeldía (Marlon Brando), perdido en "el corazón de las tinieblas" (el relato de Conrad en que está basada la película). Quien le busca, y acaba encontrándose a sí mismo mirando cara a cara al misterio, está magníficamente interpretado por Sheen. Y aunque la película cambia el escenario de la novela, Vietnam en lugar del Congo, y la época del colonialismo de principios del siglo XX por los años 60-70, la esencia onírica y lúcida del viaje interior está plasmada con respiración portentosa. Tanto la novela inclasificable de Conrad (de quien hablaré en futuras entradas del blog http://www.librosconaliento.blogspot.com) 'el corazón de las tinieblas', como esta película de Coppola quizá pudieran resumir su latido en algunos párrafos del libro: "Le vi abrir la boca desmesuradamente, le daba un aspecto misteriosamente voraz, como si hubiera querido tragarse todo el aire, toda la tierra, a todos los hombres que tenía ante sí (...) El monótono son de un gran tambor llenaba el aire de apagadas sacudidas y de una prolongada vibración. El continuo zumbido de muchos hombres, cantando cada uno para sí algún misterioso conjuro, salía del liso y negro muro del bosque, como sale el zumbido de las abejas de una colmena, y actuaba como un extraño narcótico sobre mis sentidos adormecidos (...) Si tal es la forma de la sabiduría última, entonces la vida es un enigma mayor de lo que la mayoría de nosotros cree".  


Desde las primeras imágenes de un ventilador de aspas, removiendo desde el techo el aire turbador y asfixiante de una habitación de hotel en Saigón, y un hombre haciendo posturas orientales de lucha, solo entre las cuatro paredes, se capta que no se trata de una película de guerra sino de mucho más. De la profundidad misteriosa y la implacable neutralidad de la muerte y cualquier otra circunstancia radical.

De un reino mítico o una tribu proscrita. Cualquiera de las dos cosas sería una aproximación al lugar, fuera del espacio y el tiempo, que un coronel loco y lúcido ha creado en el recodo más lejano del río. Rodeado de gente hipnotizada por su intento de darle sentido al sinsentido, temiéndolo y adorándolo como a la propia vida.


Y no es cualquier viaje por un río exótico... No se habla de antropología, ni de diferencias culturales, ni de peripecias o estrategias de una guerra. Se habla del recorrido interior de los seres humanos que viven una situación excepcional donde los límites son brumosos, o hay que crearlos de nuevo, donde se topan con el sentido de la vida cara a cara con la muerte, donde lo surrealista y lo absurdo se revelan como la capa subterránea de la vida. La vida es un río, como diría Jorge Manrique, “que desemboca en el mar que es el morir”. Aquí el mar es el recodo recóndito donde Marlon Brando vive con su tribu proscrita. Es el misterio del propio vivir, lejos de las supuestas seguridades de lo cotidiano. Cuando el mundo se ha vuelto patas arriba y los cuatro puntos cardinales son seis, 13, o más. Quizás infinitos. Y el arriba y abajo amenazan con devorar si no se está dispuesto a cuestionar, mirar cara a cara, mirar el espejo, mirar a los ojos, perderse en las nubes y en la selva para poder encontrarse de nuevo.


Tratando de hacer el loco dentro de la locura, quizás como los se ponen a hacer surf bajo las bombas en esas playas desconocidas, porque el peligro es una borrachera irracional y la muerte cuestión de suerte, o de destino. O como el tripi de LSD que se toma un soldado y cómo empieza a ver las luces de los bombardeos, el reflejo del agua, las personas que aparecen como manifestaciones del enigma radical que le rodea.Y se escucha a Jimmy Hendrix en cualquier cassette de cualquier soldado, porque es tan importante su música como conservar el arma en la mano: cuestión de vida o muerte. Y uno de los miembros de la tribu sin nombre del coronel Kurtz, el fotógrafo interpretado por Dennis Hopper (abajo foto), trata de reconocer, incluso de entender lo que tiene ante sí antes de fotografiarlo, por lo que apenas saca fotos, a pesar de llevar varias cámaras al cuello colgando como collares simbólicos del sentido de su vida. Personaje que se hace presente, a pesar de sus fugaces apariciones, circulando como el viento entre contradicciones y preguntas perpetuas.


El revoloteo acechante de no saber nunca dónde está escondido el enemigo, que quizás no exista. No reconocer el suelo que se pisa. No ganar ni perder. Caminar alucinado entre inmensas plantas lujuriosas que es la trampa perfecta de un ignorado viaje a ninguna parte.

Es el largo y envolvente tema de "the end" de Jim Morrison, prendiendo fuego al mundo en los títulos de crédito que cierran la película, como un viaje sin retorno.  

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