Por Tesa Vigal
Según el propio Dennis Hopper, protagonista y director de esta película de
aliento desesperado, es una ojeada a la vida de su personaje en la mítica Easy
Ryder (también escrita y dirigida por él), quince años después. Y está
inspirada en la canción de Neil Young del mismo título, cuyos primeros versos
dicen: “el rock and roll está aquí para quedarse / es mejor quemarse / que
desvanecerse”.
Un hippy con un periplo marginal que
ha incluido visitas a la cárcel, refugio en el alcohol, y una compañera amorosa
tan problemática como él, ambos con esa aureola mitad conmovedora, mitad
irritante, que envuelve a los seres soñadores que caminan torpemente por la
sociedad y son vapuleados por ella con demasiada frecuencia, tienen una hija
adolescente que sigue los pasos rebeldes de sus padres. Por lo tanto su rebeldía
es doble y desesperada.
Linda Manz (actriz de poderoso magnetismo y de corta carrera en el cine) la encarna con un brillo de melancolía rabiosa, de pureza salvaje, de hondura sin concesiones porque ya no se trata de liberarse de convenciones sociales, como hicieron sus padres, sino de ir más allá, y tratar de liberar el alma.
Utopía no es sinónimo de ilusorio,
sino de ideal lejano, más aún en tiempos en los que reina la apariencia, el
consumismo, el tener y el parecer en lugar de ser, cuando prevalece lo
políticamente correcto, o la preocupación por el aspecto físico, adorando
marcas o tecnologías, 0 cuando se persiste en la destructiva actitud amorosa de
considerar una propiedad al objeto amado
(con todo el arsenal conservador que eso implica).
La adolescente protagonista de esta historia,
en plena época punk, ama a Elvis no sólo como a un pionero, sino por esa
canción que escucha constantemente: “el hotel de los corazones rotos”. A
continuación parte de lo escribí en la revista “Mandrágora y el Pirata” cuando
se estrenó aquí la peli, en el 82, en el cine Alphaville de Madrid (hoy Golem),
incluyendo una tertulia posterior en el café del cine con un conmovedor Dennis
Hopper pasado de botella:
De cuero negro y mirada alerta,
princesa exiliada, tú y yo sabemos lo que significa la muerte de una sonrisa. Cuando
nos piden fiesta y amable compañía suele ser una amenaza lo que flota en el
aire, así que nos pusimos las botas altas y abandonamos eso que llamaban hogar
sin serlo. Creo que pensaban que ser dulces y encantadoras implicaba sumisión y
vacío, por eso nunca entendieron nuestro sentido del humor, ni el corazón en la
mano cuando ofrecíamos nuestra amistad. Entonces les revelamos nuestros ojos
más limpios, nuestra voz rota, nuestra fragilidad, los silencios más profundos
y la diferencia entre fidelidad y lealtad. Pero de nada sirvió, no era eso lo
que les interesaba. Buscaban trofeos sin alma, o escudos contra su oscuridad.
En cualquier caso el miedo les hizo recular disimuladamente. Y nosotras no
quisimos volver a equivocarnos y guardamos nuestros sueños para quien los mereciera.
Nadie dice que sean fáciles de entender y aunque estuvimos a punto de escupir
en nuestras huellas, fueron otros los que finalmente lo hicieron.
Nunca tuvimos nada que ver con
intrusos, sólo el roce imprescindible para pasar de su falso consuelo, ese que suele
ir acompañado de doradas palabras de admiración, pero vacías como las monedas
falsas, o los formalismos.
Responderemos con acero a los dedos de
falsa suavidad. Pero seguiremos buscando las puertas de entrada y salida porque
jamás supimos doblegarnos, pequeña triste, y seguimos siendo tan salvajes como
los caballos indómitos y los poetas verdaderos. Pensándolo bien no me extraña
que parezca excesivo; a ti, pequeña triste, y a mí también nos asusta, pero no
podemos remediarlo.
Mueven sus torpes gestos tratando de
parecer lo más conveniente y así se acercan, pero no para querernos, pequeña
mía, sino para no desnudar su alma. Cualquier cosa con tal de no mirar el fondo
de tus ojos. No, la vida no nos sorprende aunque siga intacta nuestra
imaginación, nuestro asombro. Por eso nos cuidaremos bien, abiertas con serena
firmeza. Montaremos en flexibles guitarras porque ahí sigue latiendo el
corazón, porque ellas hablan el lenguaje de la intimidad sin barreras. Y
seguiremos caminando con las manos al viento, hasta el final. Porque la
libertad es la fuente del amor y el amor nuestro eterno compañero. Ser
malinterpretado le sucede a cualquiera, pero siendo uno mismo ya no duele, lo
que permanece es la reconfortante libertad con su dulce, sereno, entero sabor.
Dos versos de Lou Reed: “Los
vagabundos como nosotros hemos nacido para jugar”. Y “amores legendarios me
persiguen en sueños”.
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