Por Tesa Vigal
Aquella noche temblaban
los cristales con el tráfico nocturno, mientras veía en la tele 'Los
inadaptados', traducción literal del título de ese director tan irregular y humano como inolvidable. Y una perfecta luna llena y la película de Huston
eran mi única compañía en aquella noche imprevista. Una película cuyo blanco y
negro oscila entre el gris sucio del humo de Las Vegas, y unos radicales
contrastes, espesos como tinta china, en las escenas del desierto, con sus
escasos y perseguidos caballos salvajes destinados a convertirse en comida
enlatada para perros.
Sobre seres
indómitos, por tanto, como sus personajes humanos, a pesar del duro precio que
les cobra la vida por seguir siendo ellos mismos. Y protagonizada por actores
en el último tramo de su vida. Montgomery Clift (su penúltima película), Marilyn
Monroe y Clark Gable (última película para ambos). En Gable su vieja
naturalidad socarrona aparece empapada por el cáncer terminal, en forma de
mirada alejándose del mundo y unos gestos de austero y gentil empaque. Los ojos
de Marilyn son más tristes que nunca, y parece rodearla una solitaria noche
añil, con cierto olor a orquídea y a desierto, a tabaco y gasolina. Como en la
escena en que sale tambaleándose borracha de una fiesta, rechaza un beso en la
puerta y un baile inocente, poderoso y roto surge involuntario y tierno de sus
brazos lánguidos y del mar de sus piernas. Y acaba rodeando lentamente, en
abrazo perfecto, el tronco de un árbol, y allí se queda inmóvil, con una
sonrisa delicada, casi frágil, respirando contra la madera viva en un largo,
pleno silencio.
Su personaje
conmueve quizás más, conociendo su triste vida de soledad en compañía, pero
todos son personajes crepusculares, fuertes por pedir el máximo a la vida -¿libertad
y amor?- frágiles por no conseguirlo. De sonrisa sin destino, pasos en la
cuneta, ojos desolados y cuerpos que arden solos. Seres que están hechos para
vivir, condenados a muerte por falta de escenario, de playas salvajes y
compañeros de juego. Islas delicadas como los últimos caballos salvajes de
Nevada, convertidos en malditas leyendas.
Nadie olvida a
ese tipo de gente, y es que las personas excesivas son incómodas. Algunos las
temen, otros las envidian, otros las condenan, y unos pocos las admiran; pero
siempre desde lejos porque es más seguro. Esa conversación en la cabina
telefónica de los enormes ojos de Montgomery Clift, asombrados por momentos de
su propia melancolía, con su madre remota, con una familia que ya no lo es si
es que alguna vez existió.
Planos de
tesoros, lámparas mágicas, corazón limpio, cuerpo con alma y laberintos,
trampas tendidas a sí mismos se percibirán si te acercas a sus miradas. Pero
ellos, en general, y en palabras de uno de los personajes, el de Marilyn: "siempre acabo en el mismo lugar en que
empecé". Y es que si este mundo es para ellos, lo disimula muy bien.
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