Por Tesa Vigal
Si esta atmosférica película de Sofía Coppola (recomiendo más aún su fascinante ‘Las vírgenes suicidas’, basada en el no menos fascinante libro de Jeffrey Eugenides, del que hablé en el blog: http://www.librosconaliento.blogspot.com ) fuese un poema sería un haiku, ese tipo de poesía oriental formada tan solo por tres o cuatro versos aparentemente sencillos, pero con el enigmático calado que tiene la presencia misteriosa de los objetos y los momentos al mirarlos y sentirlos. Cuando las circunstancias o el escenario se dejan reposar, dando tiempo a que su influencia empape lentamente a las personas inmersas en ellos.
Si esta atmosférica película de Sofía Coppola (recomiendo más aún su fascinante ‘Las vírgenes suicidas’, basada en el no menos fascinante libro de Jeffrey Eugenides, del que hablé en el blog: http://www.librosconaliento.blogspot.com ) fuese un poema sería un haiku, ese tipo de poesía oriental formada tan solo por tres o cuatro versos aparentemente sencillos, pero con el enigmático calado que tiene la presencia misteriosa de los objetos y los momentos al mirarlos y sentirlos. Cuando las circunstancias o el escenario se dejan reposar, dando tiempo a que su influencia empape lentamente a las personas inmersas en ellos.
Si fuese
música sería la canción que Bill Murray canta en el karaoke: ‘More tan this’ de
Roxy Music, más que esto. Porque eso es lo que piden a la vida sus dos
protagonistas (ella Scarlett Johansson), inmersos en el extravío vital a que se
refiere el título. No solo perdidos en la traducción, sino en la incomunicación
con sus respectivas parejas y con el mundo en general en un momento en que
ninguno de ellos está contento consigo mismo, ni sabe por dónde tirar. Ni
siquiera si habrá una puerta de salida. También piden “más que esto” en la
relación amistosa que han entablado, conectando por su situación de perdidos
que por fin encuentran a alguien con quien poder compartirla.
Atmósfera sutil,
plagada de emociones contenidas, salvo en su escena final en que las palabras y
el abrazo surgen por fin en voz baja, en un murmullo que solo oye ella, la
mujer a la que van dirigidas las palabras, creando una aura casi mágica a la
peripecia de sus dos protagonistas, perdidos en tierra extranjera, que aquí es
un reflejo de su propia incomunicación interna, que les coloca en tierra de
nadie donde reina la soledad en compañía, con diálogos o sin ellos.
Su gran
peculiaridad es que no se trata de una historia de amor al uso, sino que va más
allá. Para mí es una historia de amistad, íntima, esa que recoge los silencios
compartidos apaciblemente, cuando lo más frecuente es que el silencio incomode
y sea lo que más miedo da a la gente. Casi diría que el silencio es la prueba
de la amistad. Esa conmovedora escena en que se sientan uno al lado del otro
sin decir nada, con toda naturalidad, en medio del pasillo donde se encuentran.
Y esa otra en que comparten insomnio en la cama, vestidos, rendidos al fin por
el cansancio, intercambiando frases íntimas sobre su soledad, hasta quedarse
dormidos, como una cumbre de intimidad compartida que no necesita más.
Esta
película no es para reír, aunque tenga toques cómicos. Es una historia
melancólica y sincera, de dos personas asumiendo su torpeza y sus límites,
también sus anhelos, como en la ya mencionada escena del karaoke, cuando Bill
Murray canta con su voz cascada y dubitativa, repitiendo el estribillo que
queda como una pregunta al viento, como diría Dylan.
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