Por Tesa Vigal
Dentro
del cine independiente uno de los directores más peculiares es Jim Jarmusch. En
sus películas, de encanto escurridizo, retadora inocencia, ludismo lúcido, sus
personajes suelen tener el marcado relieve de los sueños personales. No sólo
porque están vivos sino porque destacan dentro de su entorno para bien, o para
mal. En cualquiera de los casos ni se les juzga, ni se les compadece, ni se les
envidia. Se les muestra con toda la carga apabullantemente neutral, que emana
como un fuerte perfume de constatación misteriosa.
Algunas de sus historias
tienen humor, más o menos surrealista. Otras un clima de perturbadora sobriedad
y silencio, como “Extraños en el paraíso” (sobre tres emigrantes de países
europeos del este). O las historias cruzadas de sorprendente contenido, como
por ejemplo en “Mistery train” donde junto a una pareja de turistas japoneses
sale el fantasma de Elvis, apareciéndose en Menphis a una chica en su
habitación de hotel. Y con aire conmovedoramente perdido pregunta “¿dónde
estoy?”. Historias cruzadas también en la memorable ‘Una noche en la tierra’.
Sobre ella y sobre Jarmusch en general, a partir de su última película ‘Sólo
los amantes sobreviven’, escribí una entrada en junio de 2014: “El toque
(libre) Jim Jarmusch”, en cuadernosdionisiacosdelalunapalida.blogspot.com
‘Dead Man’ está protagonizada en 1995 por Johnny Depp, cuyo personaje se llama
como el poeta visionario inglés William Blake. Sólo que se desarrolla en el
Oeste, su peculiaridad más obvia entre el resto urbano de las películas de
Jarmusch, aunque no la única de esta fascinante historia, con atmósfera y
cadencia de viaje interior.
La coincidencia con el nombre del poeta no es
gratuita. Hay una mención del poeta y el nombre coincidente en boca de un
indio, un personaje con quien se encuentra el protagonista, llevado de niño a
Inglaterra, allí recogido por una gente que paga sus estudios, gracias a los
cuales conoce al sorprendente e incómodo poeta del siglo XVIII. Asombrado de
cómo usa la pistola Johnny Depp (con nobleza y sólo en defensa propia con una
puntería mágica sin haber aprendido nunca a disparar) le dice: “Te conozco
William Blake, he leído tus poemas y en esta vida haces poesía con la pistola”.
Blake, el poeta, era un
visionario, un místico y un reivindicador de lo instintivo como fuente
espiritual, como nuestro lado más puro. Esas ideas tan radicales sobre el sexo
le hacen único y discordante, no sólo en su época sino también en la actual,
dado que a pesar de que ahora se acepte o se aliente lo sexual no va acompañado
de ese aspecto espiritual y profundo con el que lo veía Blake. Su visión es
justo la opuesta a la religión cristiana (y otras...): el sexo, lo instintivo
en general es el bien y su represión y satanización es el mal. Sus versos son
simbólicos, potentes, llenos de imágenes y de ideas sorprendentes, con
sugerencia alargada y aire legendario. Cuando las leyendas son la esencia de la
historia, su punto más auténtico. Por ejemplo estas líneas de “el matrimonio
del cielo y el infierno”: “Sin contrarios no hay progreso. Atracción y
repulsión, Razón y Energía, Amor y Odio son necesarios a la existencia
humana... 1 El hombre no tiene un cuerpo distinto de su alma; el así llamado
cuerpo es una porción del alma que los cinco sentidos, principales antenas del
alma, perciben./ 2 Sólo la energía es Vida y procede del cuerpo; la razón no es
más que el confín o circunferencia exterior a la energía./ 3 La energía es la
delicia eterna...
Robert Mitchum en un papel secundario |
El elemento represivo o razón usurpa el lugar del deseo y se
constituye en guía de quien no acierta a querer... La historia de esto se halla
escrita en el paraíso perdido, donde el Tirano, o sea la Razón, se llama
Mesías”. Y de “Proverbios infernales”: “El camino del exceso conduce a la
sabiduría... La prudencia es una rica, fea y vieja solterona cortejada por la
impotencia. Aquel que desea pero no obra, cría pestilencia... Jamás se
convertirá en estrella aquel cuyo rostro no irradie luz”.
El protagonista de ‘Dead
man’ hace una fusión en su recorrido del lado solar, activo y violento, propio
del entorno del Oeste, con el lado lunar de su viaje interior, jalonado de
silencios y miradas que salpican los hechos, en una constante toma de
decisiones propia de un lugar y una época, como el Oeste; sin ley. Un tiempo y
un espacio donde domina la ley interna de cada uno, en un inevitable
enfrentamiento consigo mismo.
En esta película, este
raro western íntimo y perturbador, Jarmusch vuelve al blanco y negro de varias
de sus películas. Comienza durante los títulos de crédito, con el viaje en tren
de Johnny Depp desde la costa este civilizada, a la del oeste sin ley. Y es una
escena que no tiene desperdicio porque durante ella vamos viendo los cambios de
pasajeros, que van siendo cada vez más salvajes, hasta llegar al final con
tipos rudos de todo pelaje disparando a los bisontes a través de las
ventanillas del tren en marcha. Y el protagonista abrazado a su maleta y
procurando pasar desapercibido, mientras lanza ojeadas temerosas y alucinadas a
su alrededor.
Como el poeta Blake,
Johnny Depp vive una mezcla de inocencia y de extranjería. Y en su viaje
iniciático no falta el paso por la muerte, el amor, el rito, la huida, el
sueño, la compañía de un sorprendente indio gordo que también se siente fuera
de toda pertenencia, aunque sigue vistiendo como un indio y se lleva bien con
su antigua tribu. Dos seres libres, o con vocación de serlo, que comparten
durante un tiempo un tramo de sus caminos.
Un recorrido en canoa
por un río onírico, entre márgenes desconocidas y amenazantes, o desconocidas y
tentadoras, entre destinos escurridizos e imparables, noches de hoguera y
piedras oraculares. Sueños sin salida y piel pintada. Una película para volar
con ella. Un planeo delicioso y lento, donde las palabras son pocas y
significativas. Se habla poco y se dice mucho. Y todo está presente, flotando en
el viento como diría Dylan. Por cierto, esta película me recuerda mucho a
ciertas letras de Dylan.
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