Por Tesa Vigal
Desasosegante. Película especialmente turbadora porque habla del lado oculto y oscuro, pero de lo cotidiano. Precisamente. Lo cotidiano, que suele presentar una cara tranquilizadora, supuestamente segura, rutinaria, políticamente correcta, a veces hasta el punto de caer en lo edulcorado. Esa imagen de un bombero saludando sonriente con la mano.
Desasosegante. Película especialmente turbadora porque habla del lado oculto y oscuro, pero de lo cotidiano. Precisamente. Lo cotidiano, que suele presentar una cara tranquilizadora, supuestamente segura, rutinaria, políticamente correcta, a veces hasta el punto de caer en lo edulcorado. Esa imagen de un bombero saludando sonriente con la mano.
Esa es una de las imágenes que
abren la película con colores pastel, limpios, casi asépticos. Pero enseguida
la cámara busca un primer plano del suelo de un jardín y allí entre la hierba
vemos unos insectos: el ser más alejado del ser humano, por su aspecto
“monstruoso” y su temible comportamiento mecánico, frío, algunos con la
frialdad del metal y también su rigor implacable.
Poco después, el protagonista
Jeffrey (Kyle MacLachaln) encuentra, también entre la hierba, como un producto
más de la enigmática tierra, una oreja cortada que apunta, como los insectos, a
situaciones violentas, desconocidas, a motivos oscuros, a consecuencias imprevisibles.
Constantemente están en juego las
dos dimensiones. La “normal” está representada por la pareja joven de ingenuos
y buenos chicos. Y la oscura, representada por Frank (Dennis Hopper), origen y
catalizador de la violencia y revelador de sentimientos desconocidos ante su
simple presencia. Sobre todo bajo el efecto perturbador que rezuma cuando se
pone una mascarilla de oxígeno para respirar bien, o mejor dicho para desear
bien, porque cada vez que se la coloca su excitación crece con su respiración,
igual que ésta se agita rítmicamente en el acto sexual. Y por su actitud
teatral en el sexo y la violencia, que llega a lo ritual remitiendo a los
inclasificables ritos-juegos-motivos infantiles. Vistos desde fuera pueden resultar
grotescos, vividos desde dentro su hondura puede llegar a ser explosiva.
El nexo de unión entre ambas
dimensiones es la canción de los 50 de Bobby Vinton, que da título a la
película y que se revela profundamente ambigua: suave como el terciopelo, sugerente
como lo desconocido. También el personaje protagonista femenino (Isabella Rossellini),
ya que por un lado actúa de manera sensible y por otro tiene asumido su propio
lado oscuro.
David Lynch |
Es evidente que toda la obra de
Lynch está encaminada a investigar el misterio de la vida, el inconsciente, lo
imaginario (en lo que se asemeja a Buñuel), la naturaleza del mal, lo misterioso,
lo absurdo. En frase del propio Lynch: “en la vida amo lo absurdo sobre
todas las cosas”. En boca
de Jeffrey: este es un mundo muy extraño”. Y en boca de Frank: “está
oscuro...”.
Desde la oscuridad de un armario,
donde se esconde, espía Jeffrey a la protagonista. Desde el otro lado de lo
cotidiano acecha lo desconocido tras su fachada. También desde la oscuridad de
una calle nocturna aparece de repente desnuda Isabella Rosellini, siendo una de
las imágenes que más llenan de zozobra porque la imagen no resulta erótica (la
piel tiene aspecto ceniciento, la carne parece magullada, su movimiento torpe,
desamparado) sino vulnerable, desafiante, cruda, áspera. Es decir apunta en
realidad hacia el desnudo interior, el más difícil y raro, frágil, molesto.
Y la llama de una vela oscilando
violentamente, como un símbolo-resumen de toda la historia. Y el beso ambiguo
de Frank con los labios pintados a Jeffrey, antes de darle una paliza. Ambiguo
porque en el fondo se enfrentan cara a cara dos lados del ser humano. Cada uno
tiene lo que le falta al otro (es su doble). Ambiguo porque implica
reconocimiento y traición, acercamiento y violencia. Frank invita a Jeffrey a “soñar
juntos”.
El joven ingenuo acabará
descubriendo en sí mismo la fascinación por el lado oculto de la vida, del
sexo, descubriendo dentro de él una violencia hasta entonces ignorada. Es por
tanto también un viaje interior desde la luz limpia y coloreada del jardín del principio,
hasta la luz agobiante y sombría del apartamento de ella, donde el relieve de
los objetos se difumina aunque sin embargo se hacen más hirientes los perfiles.
Y las imágenes finales vuelven a
ser ambivalentes. La dulzura de una madre con su hijito recobrado, pero frente
a ellos, en el alfeizar de la ventana, se ve posado a un pajarito comiéndose un insecto. El misterio
implacable sobre el que sólo se preguntan los más sensibles, los más sinceros, los
que piden más a la vida.
Podría decir más sobre ella pero
para hacerlo tendría que contar más de su trama. Mejor acabo con una frase sabia,
impresionante de Lao Tsé (me lo imagino pronunciándola con enigmática sonrisa):
“Aquel que prefiriendo la luz,
Prefiere también la oscuridad
Es continuamente, sin fin,
La morada de la creación”.
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