martes, 12 de mayo de 2020

El ángel exterminador de Buñuel

Por Tesa Vigal

El miedo encierra, paraliza, distorsiona. Esta película de Buñuel me impactó por su exacta manera de plasmar una situación frecuente, pero a menudo inconsciente. A la manera profunda de un sueño, cuando los símbolos están vivos, en ese lenguaje común a todos los seres humanos, al que también nos suele dar miedo llegar. 



Aparentemente todo es cotidiano, una agradable cena con conocidos más que amigos, en la que reina el formalismo, las convenciones, la incomunicación. Y, de pronto, un oleaje interior detiene nuestros actos, enturbia la visión, nos impide actuar y no podemos salir de una habitación con la puerta abierta, sin que nadie ni nada nos impida la salida. 

Y allí se quedan durante largas horas sin tiempo, envueltos por sus fantasmas personales que toman las riendas de sus palabras, gestos, incluso decisiones aparentemente sensatas dentro del delirio del miedo. Buscan, por ejemplo, la forma de comer, o dormir lo más cómodos posible ya que no pueden salir. Sin embargo, podrían hacerlo. Siempre me llamó la atención esa frase hecha que dice que el miedo es libre, cuando es todo lo contrario. 



El miedo es lo opuesto a la libertad. Los sentimientos no desaparecen o surgen a voluntad, ni siquiera cuando analizamos su causa. Y llega un momento mágico en la historia, cuando uno de los asistentes se fija en que todos están colocados en el mismo sitio en que decidieron irse y, al llegar a la puerta, no pudieron cruzarla. Revivir un momento posibilita vivirlo de otra manera, no es suficiente con recordar ni pensar sobre ello. Sobre todo cuando el miedo nos ha disfrazado, cayendo en convenciones supuestamente protectoras, como integrantes de un rebaño de ovejas, como las que de pronto visitan a los encerrados, subiendo las escaleras de la casa abierta.

La otra cara del miedo es el rechazo, nueva trampa que nos impide convivir, disfrazándonos con otra bonita imagen, la del negador sistemático. Sin embargo, la salida está en lo más

hondo de cada uno, lo que más miedo nos da. 
Me quedo con esa imagen de una mano fantasmal en la oscuridad, entre los cuerpos agotados y hambrientos, dormidos en el suelo de la habitación. Y ese niño, fuera, en la calle, que sí se atreve a entrar al jardín, aunque de pronto se detiene porque le da miedo el miedo que reina en aquel lugar.   

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Sobre la incomunicación y otras vergüenzas: 'Shame' de Steve MacQueen

Por Tesa Vigal

Supongo que a muy pocos les dejará indiferentes esta película, que rezuma sentimiento, emoción y sensación a partes iguales. Pero, precisamente por ello, algunos la detestarán y otros se sentirán vapuleados para bien y para mal por su sincera exploración de la incomunicación y la forma personal de defenderse ante ella. En esta historia la defensa es una adicción. Al sexo; podría ser cualquier otro enganche. El caso es entregarse compulsivamente a algo que sustituya a lo que se necesita y no se tiene. 


El efecto en el protagonista de esta historia (impresionante interpretación del actor revelación de este año Michael Fassbender) es una enorme vergüenza por él mismo (de ahí el título de la película), por su incapacidad emotiva, por su atormentado aislamiento aunque no deje de follar con prostitutas, o de hacerse pajas dolorosas en internet. 

Pero lo que más me conmovió de sus luchas interiores no es que, como suele suceder, de tanto miedo el contacto emotivo con alguien que te atrae que resulte imposible el acercamiento sexual con esa persona, sino que la prisión es otra defensa inconsciente mucho más temible y 'perfecta'. Para que no exista el riesgo de una relación de persona a persona nadie te atrae realmente, a nadie deseas de verdad. A no ser alguien que lo haga por dinero, sin desearte a ti, sin que exista ninguna comunicación con ella aparte del mero follar. Aún así, es conmovedora la frase que les dirige a las putas mientras se visten, como si hiciera un último intento sabiéndose a salvo. Les pregunta si quieren tomarse una copa y ellas, justo antes de irse, le miran como diciendo '¿y eso a qué viene ahora?', y la puerta se cierra tras ellas dejándolo solo con él mismo. 

Esta impresión personal la saqué de varias escenas de la película. Aquellas en las que una persona, compañera del trabajo, se acerca al protagonista, quedan para cenar, incluso se van a la cama, pero claro, aparece la impotencia, la ausencia de deseo. Y su manera de quedarse solo, sentado con la cabeza apoyada en el frío cristal de un precioso ventanal sobre el mar, mientras una pierna se le mueve nerviosamente, como la única reacción de su soledad más honda y vulnerable. Lo intenta, sabe lo que le pasa, lo que necesitaría, pero de nada le vale ser consciente de su problema. ¿Y qué se hace cuando el primer escalón necesario para solucionar un problema, ser consciente de él, no es suficiente?



Película llena de hilos, algunos evidentes, otros sutiles o indirectos pero que completan el panorama sin salida aparente, de esa persona que sufre de manera desolada, cuando no se ve la salida y todo es pura vulnerabilidad y maldita fragilidad. Como la evidente de su hermana. Personaje que aparece en su vida, invadiéndola en busca de cariño, pero a diferencia de su hermano, ella lo hace de manera clara y patética. Como en la triste escena en que canta la famosa canción de Frank Sinatra 'New York, New York' y vemos el contraste entre la letra animosa y llena de empuje y su manera de cantarla, apenas un murmullo frágil a punto de romperse. Sentimos que esa letra jamás ha sido para ella y aún así la canta con asumida melancolía. Y una lágrima se desliza por la cara de su follador hermano, que no puede ayudarla porque es aún más frágil que ella y encima no sabe expresarlo fuera. 

Hay entre ellos un pasado en común doloroso, que no se sabe cuál ha sido y tampoco importa. Puede que con su familia, o quizás entre ellos mismos relacionados amorosamente y sin haberlo digerido bien. El caso es que el dolor del pasado les une y les separa porque su actitud presente es distinta aunque igual de ineficaz.


Asombrosa escena, una de las últimas de la historia, cuando él está follando con dos fulanas y su cara y su gesto es de tal dolor que todo se nubla, los límites se rebelan, la oscuridad invade la luz y la luz invade la oscuridad. Y en lugar de una escena de sexo, vemos, sentimos, primeros planos de piel sudorosa y gastada, ojos húmedos de mirada implorante, manos crispadas, luz confusa, desolación. 

El ser consciente de sus límites y sus luchas le lleva a todo tipo de reacciones con aire desesperado. Como cuando entra en un bar y poco después vemos que por un lado ha querido, para variar, comunicarse, a su torpe y sincera manera, con una chica que se acerca a la barra para buscar una cerveza y por otro ha conseguido ser castigado, pegado por el novio de la chica al oírle confesar, entre tímido y desafiante, lo que le ha estado proponiendo. 

Cada luz, cada mirada, cada imagen (ese uso puntual de las espaldas de los personajes), todo rezuma significado y te deja tratando de respirar hondo, removida más dentro de lo deseable y sin embargo, agradecida por tanta honestidad y tanta alma. 

La libertad es interior, o sólo una suposición: 'Azul' de Kieslowski

Por Tesa Vigal

'Azul' es la primera película de la trilogía de Kieslowski, dedicada a los tres colores de la bandera francesa: azul-libertad / blanco-igualdad / rojo-fraternidad. Cuando las estrenaron, en los 90, fue 'Azul' la que me impactó, y en su reciente reestreno hace un mes más o menos, la única que me apeteció volver a ver. De nuevo me impresionó la serena rabia con la que empieza desde cero su protagonista, una Juliette Binoche cuya interpretación me puso los pelos de punta. 

Esa aparente contradicción entre rabia y serenidad da lugar a una apabullante fusión, una actitud de entera sobriedad, sin concesiones, que abarca por igual a sus decisiones de vender algo, alquilar algo, destruir algo... tras desaparecer bruscamente su pasado en el accidente con el que comienza la historia, y que la coloca ante la posibilidad de enfrentarse cara a cara con la libertad. Con igual sobriedad se enfrenta y expresa sus sentimientos, aceptando lo que hay, dentro y fuera de ella. Y es su actitud lo que impacta, porque nace del centro de uno mismo, donde no sirven mentiras, ni vacíos formalismos, ni máscaras, ni siquiera furia. De nada sirve arremeter contra la lluvia, pero asoma la libertad en la manera de vivirlo. Justamente ahí reside el meollo de la libertad, que puede cambiarlo todo y crear infinitos caminos. 




La libertad no supone poder hacer cualquier cosa (se me ocurre que en ese caso desaparecería su vértigo misterioso), siempre hay circunstancias fuera de nuestro alcance, que nos vienen dadas como la lluvia, o el momento y lugar donde nacemos, la libertad es elegir cómo vivirlo aceptando las consecuencias. El vértigo de la dignidad interior, porque la dignidad no puede dártela nadie, y de ahí la naturalidad con que responde la protagonista a una propuesta de una vecina "en la que ya han firmado los demás vecinos": "No es asunto mío". La escueta decisión de dejar la vacía casa familiar, pendiente aún de venderse, a la amante de su marido, cuando se entera de su existencia y de que está embarazada. Porque la bondad no es debilidad ni tontería, sino todo lo contrario cuando es auténtica, y surge por lo tanto de la libertad, la empatía. 

La protagonista asume cómo se siente, aceptando que eso es lo que hay, y no hay por qué esconderlo, tampoco exhibirlo. Ambas cosas serían ya espurias, interpretaciones de un personaje tapando a la persona. Y, en este viaje interior, es fundamental el enorme magnetismo de J. Binoche, apenas sin palabras me transmitió todo lo anterior y algo más que desbordaba hondura, firmeza, fragilidad... Como en esa escena estremecedora en que descubre una rata, pide prestado el gato de un vecino, lo mete en la habitación para que se coma al roedor y a sus crías, y luego huye asustada, sin atreverse a volver a su casa, conmovida, vulnerable, hasta que recibe la ayuda de una vecina.

Cada gesto parece surgir del fondo de un pozo. Cada mirada trata de entender el mundo misterioso que nos rodea y del que también formamos parte, sin poder evitarlo. Toda la historia está empapada de una atmósfera sin nombre, cuando todo acaba y comienza, en tierra de nadie. La libertad siempre es fronteriza.

sábado, 14 de abril de 2018

Lo incompleto es el destino: 'Eternal sunshine of the spotless mind' de Michel Gondry

Por Tesa Vigal

'Eterno resplandor de una menta inmaculada' es el título de esta peculiar historia, de esas que se escapan de cualquier género. Incluso su desarrollo circular, empezando por el final, en realidad otro principio, no apunta a la repetición sino a la permanencia de algo inevitable (el encuentro de las dos mismas personas) pero de manera diferente. Quizás porque aquello de lo que huimos, cerrándolo en falso, no nos abandona y vuelve una y otra vez a nuestra vida exigiendo ser resuelto, para bien o para mal. Podría ser una forma que adopta el destino y el azar, su aspecto ciego, como si en nuestra vida existieran sucesos aleatorios y otros inamovibles. 

Todo esto se ignora en la primera escena, en la que un hombre se despierta en su habitación y sale hacia su trabajo pero, de pronto, decide faltar ese día y subirse a otro tren, hacia otra dirección para pasear por una playa cercana, donde descubre el primer punto extraño al ver hojas arrancadas en su cuaderno, sin recordar haberlo hecho. En la playa solitaria sólo ve a una mujer, a lo lejos, de cara al mar, y al volver al andén de la estación para regresar a su casa vuelve a verla y entabla con ella una conversación en el tren. 


Y, a continuación, en la manera de contarnos lo ocurrido hasta llegar a esa escena ya está presente el funcionamiento personal de la memoria, con sus saltos al margen de tiempo y espacio, su emocional hilo conductor que estará presente en toda la película, porque ese es uno de sus temas. Ese hombre comenta con sus amigos, con dolorida sorpresa, la carta que acaba de recibir donde lo avisan de que su novia ha decidido borrarlo de su memoria y por tanto no le reconocerá si vuelve a verlo. Y él decide hacer lo mismo. Acude a la misma empresa, donde aplican ese método científico que puede borrar de la memoria un hecho, o una persona. 

El título con el que se estrenó aquí, 'Olvídate de mí', es un poco penoso, al tratar de colar la peli como una comedia, o reduciendo la historia de manera brutal. No sé qué es peor. Sin embargo, su auténtico título expresa a la perfección su contenido, dejándolo ahí para que los espectadores exploren en el laberinto de la conexión entre identidad, memoria, destino y espejos.


¿Somos nuestra memoria? Teniendo en cuenta que la memoria es una selección personal de recuerdos, va a ser que no. Si somos lo que anida debajo de ella, debajo de nuestra historia, nuestra conciencia empieza a fluir por terreno profundo con fuerte olor a fuente. Nuestra fuente. En este caso, nuestro destino sería nuestra propia naturaleza. 

Esa exploración se plasma en la propia forma de contar la historia, con el eje central de esa larga secuencia en la que su protagonista (Jim Carrey) está dormido en su cama, con el casco conectado al ordenador en cuya pantalla vemos las zonas de su cerebro con los puntos a borrar y surgen escenas, imágenes de su memoria a saltos temporales, invocadas por sus propios sentimientos, en un fascinante laberinto por el que corre, huye, o se recrea, acompañado por sus contradicciones. Porque llega un momento en el que se arrepiente y decide recordar, negándose a olvidarse de ella (Kate Winslet), y su recuerdo invocado aparece junto a él en escenarios distintos de los que compartieron, tratando de escapar de ese proceso de olvido.


Fascinante y divertida la escena en la que ambos deciden huir a su infancia, lejos de los puntos apuntados en la lista de recuerdos a borrar, allí donde piensan que no los encontrará ese rastreo amenazante del ordenador. Y allí se refugian, debajo de la mesa de la cocina infantil de él, o en cualquier otro lugar donde ella no estuvo. Por ejemplo, en una tarde lluviosa en el sofá de su casa, donde se sientan y empieza a llover sobre los dos, porque allí se mezclan diferentes puntos en la secuencia de sus vidas. 

Cuando se conocen por primera vez, ella lleva el pelo teñido de verde, en mitad de su relación se lo tiñe de color mandarina, y cuando se conocen por segunda vez, al final-principio de la peli, lo lleva teñido de azul. Este es un punto curioso, reflejo del deseo de ella de marcar etapas, empezar una nueva plasmada en un pelo diferente, en una forzada huida hacia delante, reflejo de su inmediata decisión de borrar a su novio de su memoria. Decisión que parece inútil, así lo muestra también el recorrido de otra pareja de la historia, el doctor que dirige la clínica y la recepcionista, presente en el dormitorio de él, mientras le borran la memoria, y que se acerca seductora a su jefe para descubrir, al salir de la casa y encontrarse con la mujer de su jefe, que ya ha tenido con él una relación de amantes y ya la borró de su memoria.

Esa constatación de la inutilidad de huir de los propios sentimientos y tendencias, que se repetirán una y otra vez, hace que la recepcionista decida mandar a todos lo clientes de la clínica todas las cintas grabadas con sus recuerdos para que sepan lo que han hecho, lo que han borrado de sus vidas. Sepan las consecuencias y... Aquí aparece otro punto sugerente. Quizás eso revele situaciones inevitables en algunos, y en otros no. O en parte sí, en cualquier caso, se conocerán más profundamente y puede que así tengan una base más firme para elegir, o no; para vivir. A eso apunta la última escena, continuación de la primera con la que se abre la peli, cuando ambos escuchan sus propias voces hablando de la pareja que quieren borrar de sus vidas y sus motivos para hacerlo, y al darse cuenta de todo lo que implica, deciden vivir de nuevo una relación pero esta vez sabiendo, aceptando lo bueno y lo malo que los llevará a alejarse o acercarse. Ya se verá, pero con conocimiento de causa.

Acabo con una frase del escritor Lawrence Durrell: "Vivimos vidas que se basan en una selección de hechos imaginarios". Porque en lo imaginario está la inevitable interpretación personal, y en ella el motivo de la selección. O quizás no hacía falta esta última frase.   
     

jueves, 28 de diciembre de 2017

Lo opuesto a un artista es le película 'El autor' de Martín Cuenca

Por Tesa Vigal 

'El autor' habla de la actitud opuesta a abrirse a una historia que quiere ser relatada, con la forzada intención (que preside muchos talleres de escritura) que teje una red de trucos para atrapar al lector, poniendo de manifiesto que no se tiene nada que contar, sino sólo ansias de vender, o de ser reconocido, como le ocurre al penoso protagonista de esta peli con una interpretación enorme de Javier Gutiérrez. 

Su alcance es superficial, sólo roza la curiosidad de saber lo que va a pasar, por lo que ese libro se olvidará rápidamente, mientras que la profunda inmersión en una historia viva perdura y afecta a la persona entera que se mete en ella.


Un escritor de trucos, volcado en una lastimosa manipulación de la gente para que le sirvan como personajes, bajo el pretexto de que así será un suceso real. Eso es lo que le ocurre al protagonista, justificándose con la constatación de los hechos de sus vecinos, sin ningún tipo de sentimiento, ni sutilidad, ni hondura, ni empatía, ni exploración. Por eso se limita a dejar puesta la grabadora de su móvil en el alféizar de su ventana, registrar sus conversaciones y luego transcribirlas. 

Esos silencios como pausas vacías. El cretino del profesor del taller de escritura, sus alumnos recibiendo sus descalificaciones violentas, en un ejemplo perfecto de lo opuesto a un maestro. Ese momento de implacable crueldad, de ausencia total de empatía, con la que "el autor" escucha los problemas vitales, graves de los vecinos y pudiendo ayudarles no lo hace. No sólo eso, sino que les mentirá, diciéndoles que su situación no tiene arreglo, con tal de seguir escuchando sus conversaciones y que no se salgan del tema que está registrando en su grabadora. Y todo porque se le ha ocurrido un desenlace perfecto para atrapar al lector, dramático, extremo, en el que intervenga la muerte. 

Película de estremecedora tristeza, precisamente por rozar el esperpento, lo ridículo, en una atmósfera cerrada que transmite su patético deseo de ser valorado, porque es alguien que no se atreve a encarar sus problemas amorosos, una relación con su mujer ya inexistente, que además le desprecia, ni su soledad, ni su incomunicación vertiginosa, en una huida hacia adelante que sólo le llevará a un callejón sin salida. Da igual. Tampoco lo percibirá. Sólo se ve lo que se quiere mirar.  

viernes, 6 de octubre de 2017

Gente nadando en la oscuridad. La peculiar ambivalencia de 'Cosas que nunca te dije' de Isabel Coixet

Por Tesa Vigal

Una de las cosas que me rescató de pequeña fue descubrir que el mundo era enorme, infinito, más allá de mi familia, del colegio, de los vecinos, porque a través de los libros primero, luego del cine y la música, conocí otras formas de vivir, gente distinta, lugares lejanos, la existencia de personas insólitas, o cotidianas, con una riqueza interior que se reía de los tópicos, dejándolos pequeños, inquietando por ello, pero también fascinando. Por todas partes, en cualquier tiempo, despertando las ganas de conocerlos, de conocerme, con la certeza de que mi entorno no era el único y, sin embargo, tenía su lugar, como los demás.

Por eso, cuando una historia habla de gente usual, puedes verte a ti desde ángulos distintos, sólo por el hecho de verlo desde fuera, saber lo que sería mejor evitar y lo bueno de la situación. Naturalmente, esto sucede cuando la historia está viva, explora sinceramente, más allá del mero retrato superficial, cuyo alcance sería periodismo de corto alcance. Y cuando habla de situaciones o personas extrañas, su carácter singular también conduce a relativizar, aportarnos facetas desconocidas, quizás dormidas o ajenas, pero cuya existencia evidencia el misterio laberíntico del mundo.

Supongo que la clave está en la profundidad. En esta segunda película de Isabel Coixet, los personajes son los vecinos de al lado, pero lo que aporta es la atmósfera atípica de su visión, diálogos sorprendentes, imágenes singulares, situaciones únicas a las que se llega con un pequeño giro en las decisiones, una provocación involuntaria al azar.

Más en concreto, y en palabras de la propia Coixet, se trata de una historia de gente nadando en la oscuridad de su vida cotidiana. También estoy de acuerdo con ella, en que traducida a música hubiese tenido que ser la música de Tom Waits. Una lástima que no fuese posible.
¿Qué puede suceder si, de pronto, cuentas ante la cámara de vídeo lo que no le has dicho a una persona? Si, además, esa cinta decides enviársela a esa persona que ya no quiere saber nada de ti, comienzas una partida de ajedrez con el mundo de consecuencias imprevisibles. Porque se la confías al vecinito amable y tímido que trabaja en correos, y ese vecino está enamorado de ti y en lugar de mandarla decide verla antes, y entonces su timidez se marea, se enfrenta al vértigo de influir en tu vida, decidiendo por ti. Esto sólo es la premisa de la historia.

Gente que trata de suicidarse, otros que no se atreven a expresar emociones, empleados y clientes de una tienda con sus sentimientos sobrevolando el mostrador, sin llegar a tocarse.
Sus actores rebosan humanidad, con la enorme Lili Taylor a la cabeza, una actriz de cine independiente, poco conocida, que me ha puesto los pelos de punta en las 2 pelis que he visto de ella. Todos tienen un toque especial, quizás por el aire de estar viviendo algo incierto, y eso suele abrir a la gente sacándola de costumbres, de tics profesionales, de rutinas emotivas.

La última parte de la historia se desliza como fluida sombra inesperada, con la misma áspera sencillez que desemboca en ese tipo de encuentros que desestabilizan, sean buenos o malos, por la irrupción del misterio. Y, su escena final, prende con su línea fronteriza, cuando esa misma escena podría ser el comienzo de otra historia, al mismo tiempo que el final de la contada. Se me ocurren ejemplos gloriosos de este tipo de finales, como el de la joya negra de Willy Wilder ‘Perdición’ – ‘Double indemnity’. Hablé de ella en:

En ella la historia se cierra con una frase: “más cerca”. En la de Coixet, se cierra con una mirada unilateral, y aunque la de Wilder es una peli memorable, única, la de Coixet es de un inquietante tono menor.


¿Cómo se reacciona ante un periodo de obligada soledad? Y ¿cómo puede vivirse? En esta historia sale una de las posibilidades, permitiendo la irrupción de lo profundo en lo cotidiano, a cuyo tren se sube la protagonista, dispuesta a hacer lo que más se teme y de lo que más se huye: estar consigo misma, cara a cara. El miedo a la soledad de la surgen los fantasmas, pero tras ellos se agita la libertad, lo desconocido.       

martes, 6 de junio de 2017

'El hombre que nunca estuvo allí' y 'Barton Fink' de los hermanos Coen


Por Tesa Vigal
Notas rápidas: Y no estuvo porque la realidad que le rodeaba le hastiaba, quizás porque resbalaba sobre su piel sin llegar a rozarle y él miraba más allá de sus horizontes cotidianos, mínimos, de una peluquería con un compañero de incesante, vacía locuacidad, una esposa lejana que le dejaba frío con sus patéticas infidelidades y unos amigos más ajenos aún que les visitaban regularmente para cenar, en unas veladas tan aburridas que llegaban al absurdo.

De repente, en ese panorama tan estrecho, aparece una posibilidad de cambio y él no duda en vivirlo. A partir de ahí, del momento en que mueve ficha en el ajedrez de su vida, todo se mueve alrededor de manera imparable y todas sus circunstancias resultan tocadas.
Como tantas historias del cine negro esta película parte de una situación sin salida. La triste desolación de un seco blanco y negro, de unos personajes tan "pobres" como su protagonista, magníficamente interpretados todos ellos, destacando Frances McDormand.

La vida gris de la mayoría de la gente que desemboca en un callejón sin salida, o sólo con una salida radical y definitiva. Lo gris en su más pura esencia, hecho poesía por lo tanto, sus nervios tristes y vencidos, su esquelético vagar a lo largo de los días, todos iguales, de las puertas que se abren sobre un árido desierto emocional y vital. Y, como toda poesía auténtica, su efecto es fascinador al desvelar lo que se cuece bajo la vida cotidiana.


Magnífica la sobriedad desolada y cansina de su protagonista Billy Bob Thornton. Y una jovencita Scarlett Johansson transmitiendo las preguntas sin respuesta de una adolescencia oliendo a niebla.

Ese callejón sin salida, en que se mueve el protagonista, me recuerda en parte al de John Turturro de la impresionante ‘Barton Fink.’ La diferencia es que Turturro es un escritor, debería sentirse más cimentado en esa identidad, sin embargo la propia etiqueta le obliga, le atrapa, todo lo contrario del efecto que puede producir lo creativo cuando es libre, plasmado en la imagen de una mujer avanzando hacia el horizonte con su mirada, sentada sola en la orilla de la playa, prendida en la lejanía, en lo desconocido, en la luz. 

Esa guerra interior entre su necesidad de escribir y la imposición espuria de vender lo que escribe, (él es un neoyorquino en Los Ángeles, presionado por la industria del cine) desatará en él un torbellino contradictorio que desembocará en la oleada de su inconsciente solapado, eludido, con unas potentes imágenes desatadas, que convierten esta peli en una de las más originales y extrañas de los hermanos Coen. Como bien sabe David Lynch, a quien recordé en las escenas más oníricas, lo creativo viene de la imaginación, cuya fuente es el misterioso, incontrolable inconsciente.   


viernes, 13 de enero de 2017

Revolutionary road, de Sam Mendes

Por Tesa Vigal

La sociedad consumista está basada en la tiranía del tener y aparentar, que trata de vender, como deseables, la casita con jardín para acompañar una vida familiar con niños incluidos, como si ese fuera el desarrollo normal y culminante del amor en pareja, a lo que se suma la montaña interminable del consumismo: montones de objetos innecesarios publicitados como imprescindibles. 

Otra de las pelis de Mendes trataba de la insatisfacción vital de un padre de familia maduro ('American beauty'), debido a su erotismo insatisfecho. 'Revolutionary road' da otra vuelta de tuerca, el descontento es existencial y por ello más interesante, más amplio. Cuestiona la base de la forma de vivir occidental a partir del momento de alcanzar eso que, supuestamente, llaman 'bienestar social'.

En ninguna de las dos pelis sus personajes parecen ser conscientes del fallo básico que desencadena su insatisfactoria vida. En 'Revolutionary road', parten además de un auto engaño: se creen especiales. Ninguno de los dos miembros de la pareja llega a cuestionar lo básico, aunque a veces lo roza. Por eso su pretexto (irse a vivir a París, aunque hubiese servido cualquier otro) tampoco sirve. Si lo hubieran realizado, allí seguirían conviviendo con sus niños y 'jugando a las casitas', como dice lúcida, tristemente, un vecino 'loco', personaje secundario patéticamente rechazado, parece ser que por ideas inconvenientes (revolucionarias, él sí). Ya que por lo demás, en los pocos minutos en que aparece se muestra como alguien perfectamente razonable, aunque un tanto desquiciado por la familia que tiene y porque lo tienen encerrado en un hospital psiquiátrico, de donde lo sacan de vez en cuando para darse un paseo con él.




Lo más interesante de esta peli es, precisamente, que carece de respuestas. Respuestas existenciales que implicarían una exploración valiente de cada uno y que pocas personas se atreven a llevar hasta las últimas consecuencias. El peso de las ideas sociales globalmente aceptadas suele ser demasiado pesado y, lo que es peor, invisible, inadvertido y aceptado por la mayoría. De ahí que las magníficas interpretaciones de Leonardo di Caprio y Kate Whinslet perturben y golpeen, al encarnar esa sensación constante de sentirse encerrados y sin salida, sin respuestas, aunque en un primer nivel parezcan tener algunas ideas (lo de irse a París, por ejemplo). El desconcierto de los dos personajes es tan patético como para caer en una trampa bastante usada, la de tener un hijo para solucionar carencias vitales. Tener un hijo sólo viene a cuento cuando se desea tener un hijo. Nunca cuando sustituye a otras carencias. Lo malo es que ellos no saben cuáles son sus carencias, sólo que las tienen. ¿Qué les falta a cada uno? En vista de que no lo saben, se supone que se debe caminar hacia lo que sí se sabe, que en este caso es cómo NO se quiere vivir.

Poco tiempo después de verla, asistí a una charla sobre ella en el café librería 8 y 1/2, y me quedé sorprendida de la visión 'sensata' que esgrimía alguna gente, como si de una bandera se tratase. Para ellos lo principal era aceptar la limitaciones inevitables que supone el crecer. Y esto implicaba renunciar a los sueños y aguantar los inconvenientes de una vida social 'adulta'. Sin embargo, para mí lo más interesante de esta historia es que cuestiona, precisamente, esos términos entrecomillados. ¿Qué es ser adulto, crecer? ¿Qué sería lo sensato? Lo que yo siento es que lo sensato es vivir de acuerdo con los sueños, todo lo que sea posible, como lo más prioritario de un ser humano, sin aceptar la tiranía de las convenciones sociales.  Y eso es lo que hace sufrir a los protagonistas de esta historia. Su lucha en torno a sus sueños. Él, está en un momento en que se plantea renunciar a ellos. Ella, por el contrario, tiene claro que los sueños son lo más importante.




Las escenas están encadenadas unas con otras de manera perfecta, siguiendo el encabalgamiento irregular y desquiciado de sus emociones y sus procesos internos que no acaban de entender, o aceptar. La luz de toda la película es otro factor que refleja su contenido. Una luz caliente y de tonos tierra en las primeras escenas del teatro y en la fiesta en la que se conocen los protagonistas. Luz de ensueño, demasiado luminosa, con todo el brillo del deseo, en las escenas de la casita en la urbanización. Y el acierto en la escena en que se barrunta la impotencia de ella para comprender y actuar, en el bar con los amigos y vecinos. Cuando ella incita ásperamente al vecino que la desea, sin molestarse siquiera en seducirlo, y esa 'infidelidad' triste y desesperada se cuece en un baile juntos, en el que ella baila sin ninguna alegría ni ganas y la música va disminuyendo su volumen hasta desaparecer por completo. En un reflejo exacto de incomunicación. Un baile mudo. 

Es una pena que el cartel de la peli le haga un flaco favor, porque con fines comerciales han querido hacer pasar la película como una historia de amor (tratando de vivir de las rentas románticas de la pareja del Titanic), cuando esta desesperada, áspera historia trata de la identidad, el sentido de la vida, la impotencia, la ceguera, el sentido de la existencia convencional. Y la necesidad de descubrirlo. 

    

viernes, 9 de septiembre de 2016

Jim Jarmusch y su toque único. Una noche en la tierra, Mystery train, Dead man, Sólo los amantes sobreviven


Por Tesa Vigal


Esta entrada apareció en otro de mis blogs: cuadernos dionisíacos de la luna pálida. Creo que su sitio también está en mi blog de cine.

Una elegante directora de casting de Hollywood llega en avión a Los Ángeles y se sube al taxi de una adolescente Winona Ryder fumadora compulsiva, mascadora de chicle y palabras, con enorme llave inglesa colgando del cinturón de sus gastados pantalones. 
La de Hollywood acaba medio fascinada por el personaje de la taxista y le pregunta si quiere trabajar como actriz en la película que andan preparando. Ante su desconcierto, la chica responde que no, gracias. A ella lo que le gusta es su trabajo conduciendo el taxi y su sueño es montar un taller mecánico con su primo. 



"Pero a todo el mundo le gustaría ser famoso", insiste la de Hollywood.

"No señora, la entiendo, pero no me interesa, lo siento". (abajo taxi de Los Ángeles y taxi de Roma) 

Esta escena pertenece al primer episodio de 'Una noche en la tierra'una de las películas primeras de Jim Jarmusch. En otro, cuya acción sucede en Roma, el taxista es un delirante Roberto Benigni con gafas de sol a las tres de la madrugada, que le vacila al obispo que recoge en el centro de una plaza. El obispo espera en la acera que bordea la fuente y el taxista se para. Cuando lo ve acercarse arranca de nuevo rodeando la fuente unos metros, alejándose de él. Se para otra vez, haciéndole perseguir al taxi para regocijo del taxista. El diálogo que sigue, en realidad un monólogo de Benigni contándole al obispo, detalladamente, cómo se acostó con la mujer de su hermano. Al taxista le parece adecuado esa confidencia de madrugada, recorriendo las calles desiertas de Roma, porque estará acostumbrado a confesar feligreses. Además, le gusta oírse para relativizar su propia historia. Además, será divertido comprobar el efecto de sus palabras en el incómodo obispo, escuchando su incontenible chorro de detalles eróticos. 


El efecto será complicadamente inesperado. Mezclando, como en todas sus películas, lo dramático, lo poético, lo emotivo, lo extraño con lo cotidiano. 




Aceptar el aire de los tiempos sin cuestionarse si se está de acuerdo con él, o no, es comprensible porque te sientes integrado y aceptado. Pero es mal asunto porque no vives tu vida sino ideas ajenas, más o menos bien vistas, alimentando la incomunicación y una "correcta" falacia. 

Las películas de Jim Jarmusch, uno de los directores más personales del cine independiente, suelen tener como protagonistas más o menos vulnerables a gente que vive su vida. Esto les despoja del peso de ciertas máscaras sociales, dando a sus pasos una pureza fluida, inevitable, que a unos hace más fuertes y a otros les complica la existencia con desagradables consecuencias esperadas, o directamente extravagantes, llenando lo cotidiano de un toque duendil, de otro mundo inmerso con su encanto incómodo en la vida diaria más usual. 

La propia forma de contar de Jarmusch tiene la levedad de lo especial, cuando lo especial no se da importancia, sólo fluye digna, naturalmente, con la inocencia de lo auténtico en los gestos en los que el tiempo se ralentiza, porque estamos sintiendo sus emociones y esa es la aventura. Al margen de que se trate de la simple anécdota de dos turistas japoneses en el Menphis de los 80, seguidores del primer rock and roll y en concreto de Elvis Presley (abajo). 


Ese es el comienzo de 'Mystery train'. Los vemos vagando con su maleta por la ciudad provinciana, donde piensan visitar la casa museo de Elvis y su casa de discos. Ella, no deja de hablar. Él, no abre la boca. Acaban en un hotel de mala muerte, del que se ocupan dos negros tan surrealistas como conmovedores. Uno es el botones, un chaval que luce un antiguo gorrito que en otros tiempos usaban los botones con uniforme en hoteles con empaque. Su constante mirada de perplejo asombro contempla los consejos del recepcionista, un hombre maduro que le sugiere: "Tú lo que tienes que hacer es conseguirte una chaqueta como la mía" y se ajusta con toda la dignidad del mundo su chaqueta color rojo pasión (abajo con el gorrito del botones confundido con el fondo). 


A ese hotel llegarán el resto de personas de la historia. Entre ellos, una viuda italiana, pendiente del papeleo para enviar a Italia el ataúd de su marido, que recibirá por la noche la visita involuntaria del caballeroso y despistado fantasma de Elvis Presley. Ella, sentada en la cama y subiéndose la ropa hasta la nariz, le contempla perpleja y aterrada hasta cierto punto, pues es el fantasma el que parece más perdido, y le escucha decir: "Buenas noches señora, ¿dónde estoy?".

En 'Bajo el peso de la ley', rodada en blanco y negro, tres personas acabarán compartiendo celda por cuestiones peregrinas, arrastrados por su forma de ser. Uno de ellos el gran músico Tom Waits, cuyos poemas y canciones son un perfecto reflejo inclasificable de las películas de Jarmusch.

También en blanco y negro es el poema hipnótico 'Dead man', contando el periplo iniciático de Johny Depp en parajes del oeste del siglo XIX. Su personaje se llama William Blake, como el poeta visionario. En su peripecia se encuentra con un insólito indio gordo, que le revela que él, William, es en realidad un hombre muerto que aún camina.
Y al observar la innata puntería con la pistola de aquel curioso rostro pálido, le dice que quizás en esta vida haga poesía con la pistola (abajo dcha.). 

Tiene en común con 'Sólo los amantes sobreviven' (su última peli, que me ha dado ganas de hablar de las que me gustan de Jarmusch, otras me aburrieron, nadie es perfecto afortunadamente) su poesía fascinadora y lo original de la trama a partir de un género clásico, las historias de vampiros en lugar del western crepuscular.

Como en 'Dead man' las imágenes te absorben y cuando algo te atrapa te regodeas en cada instante paladeándolo, sin querer que se acabe. Creo que lo contrario de meterse en una historia es enredarse en su ritmo, por eso los que no disfruten del tiempo sin tiempo de una atmósfera que empapa, de la poesía, supongo que se quedarán fuera de esta peli por su relativa y esporádica lentitud.

A mí se me hizo corta. Dos amantes vampiros, ella una impresionante Tilda Swinton, que se conocen desde hace muchos siglos, a nadie cazan, a nadie matan, consiguen su ración diaria de sangre con chanchullos clandestinos en hospitales y, cada uno a su manera, están inmersos en vivir su vida, la que han descubierto tras sabiduría acumulada que plasman como pueden.

Ella vive en Tánger, escuchando música y leyendo poesía en una casa que parece el nido de una hada solitaria, entre alfombras, sedas sobre la cama, sugerencia de luces cálidas, esa belleza poderosa y profunda, escurridiza, que suele distinguir lo bello de lo bonito.

Él vive en el Detroit medio destruido y abandonado de la actualidad. Su casa está llena de cables, sintetizadores, guitarras eléctricas y violines. Es músico, tiene cierta fama con la melancólica música electrónica que compone, pero el ambiente de su casa refleja su ánimo envuelto en tristeza. No le gusta el mundo actual porque a la gente le da miedo imaginar y abundan los que viven una vida muerta como zombis.

A ella, por el contrario, la experiencia le ha enseñado a relativizar las épocas, los aires del tiempo y los momentos históricos. Se queda con la bondad y la amistad, como le dice a su amante cuando se reúnen para ayudarle con su tristeza.

Por lo dicho hasta ahora, supongo que se comprenderá que en esta película no hay violencia sino atmósfera. Así que no les gustará a quienes busquen vampiros sanguinarios, o monstruos a combatir. Sólo la singularidad de un tercer vampiro, gracioso contrapunto, la hermana de ella que les visita. Una adolescente seguidora de la tele, con voracidad indiscriminada y poca sutilidad.



Los amantes, curioso detalle, se llaman Adán y Eva, como si se tratara de una pareja que funda mundo, una estirpe paralela más viva que algunos humanos vivos y desde luego con mayor sensibilidad. 

Se quedan embelesados escuchando la actuación de la libanesa Yasmine Hamdan, en un local de Tánger. Yo también aluciné con su música, que desconocía, tan hipnótica y envolvente como la propia película. 

No falta el toque de humor lúdico en el nombre que elige él, cuando va a conseguir sangre a un hospital disfrazado de médico. En su tarjeta identificadora se lee: Doctor Fausto. Y el médico que le proporciona paquetes de sangre grupo 0 positivo, a cambio de dinero, es el doctor Watson. Elemental.

Su forma de andar contiene todo el tiempo del mundo en sus pasos, con algo entero, sereno y libre que no es de este mundo y, sin embargo, sugiere la tentación de lo posible.
Quien quiera ver otra película especial sobre vampiros le recomiendo el Drácula de Coppola. Una historia de un romanticismo desatado, en la cuerda floja de todo o nada, con elecciones que te hacen preguntarte si elegir la vida es lo mismo que elegir el amor y al revés. 

Algunos versos de una canción de Tom Waits:
"Nunca vi la mañana hasta que me pasé la noche sin dormir / Nunca vi la luz del sol / hasta que apagaste la luz".