sábado, 30 de agosto de 2014

'Arrebato' de Iván Zulueta

Por Tesa Vigal

Volví a verla hace meses en el cine Bellas artes. Y como es una película que me emociona y me turba, me resultó doloroso que a la gente que me acompañaba no le gustara nada. Aunque lo comprendía, porque es una peli de culto y siempre que te ponen algo por las nubes es normal que te decepcione. Además saltan demasiado a la vista algunos elementos de aquella época (la movida de los 80), algunos muy impolíticamente correctos en la actualidad, por ejemplo las drogas. Por todo lo cual mis acompañantes se quedaron con una lectura folclórica, tipo periodístico o así, cuando la peli para mí habla sobre el misterio de lo creativo y de dónde sale.


Así que hice el bobo al sentirme rechazada. Delirante y un mal rollo mío; lo reconozco. De nada sirve esa actitud. También traté de explicar que no se trataba de entenderla. El arte no se tiene que “entender”, aunque es interesante conocer si es posible la visión del artista. Se trata del efecto sobre cada espectador, o lector, todos igual de valiosos porque las diferencias no implican para mí jerarquías, son sólo diferencias. Lo que me interesa es comprender todo lo que pueda cada diferente visión, aunque no la comparta y que se entienda la mía por muy distinta que sea. Ya sé que es difícil, pero sólo el intento ya genera debates interesantes. Lo malo es cuando domina la incomunicación y se descalifica emocionalmente algo que no compartimos.


Lo que viene a continuación es, por lo tanto, mi visión personal sobre la película, lo que a mí me sugiere y las muchas emociones que me produce. 
Es una película tan profundamente original (es decir no sólo en su apariencia) que a pesar de algunas irregularidades o fallos, como por ejemplo su plano final, que pierde el intenso sentido que tenía toda la escena, como si Zulueta no supiera como rematarla, es tanta la intensidad y urgencia del tema tratado (¿la naturaleza de lo creativo…?) que puede con todo lo demás. Y lo perdono y lo rescato porque esa torpeza infantil me trasmite vulnerabilidad, imaginación, hondo buceo, como si el mismo Pedro (interpretado de manera única por Will More, un personaje de la Malasaña de la época) y su ludismo desatado, fuese el autor de esta historia.


Ese remitir constante a una historia dentro de otra, a un tipo de experiencia dentro de otra, ya es por sí mismo significativo del efecto y el motor de esta historia singular.

Un director de cine, en crisis personal y creativa, recibe un paquete que contiene una película y una cinta con la voz de un conocido a quien hace tiempo que no ve. Un chico obsesionado con el cine, mejor dicho con la creación. La esencia de lo creativo, o como él lo llama "la pausa".

En el primer encuentro pregunta al director qué sabe sobre la pausa y ante la expresión interrogativa del otro, y enseñándole un álbum de cromos, le explica que se refiere al  instante eterno en que uno se arrebata, desaparece... A esos momentos, frecuentes en la infancia, en que mirando un cromo puede pasar una mañana entera, la eternidad, porque uno está arrebatado. Pero añade cerrando el álbum: "Bueno, pues nada de recuerditos. Aquí y ahora".

Este es el origen y la meta de esta insólita película que fascina bordeando lo hipnótico: la esencia de lo creativo. Porque cuando se crea se desaparece y el mundo que está siendo invocado se materializa. Uno se conecta a no sé sabe qué y se convierte en un mero instrumento. Sólo (recalco la palabra) con la mente no se crea, quizás conectamos con el deseo (otro misterio), y con el inconsciente personal y colectivo. Pues es de allí de donde surge el arrebato, la inspiración. Creo que el arte no habla de los datos de la vida (de eso se ocupa el periodismo) sino que bucea en su esencia. Recuerdo una frase de Henry Miller hablando sobre la poesía, en concreto respondiendo a la idea limitada que algunos tienen de la poesía como algo que vuelve más “bonita” la realidad: “La poesía no sólo no desvirtúa la realidad sino que habla de su esencia”

         
Hay un paralelismo con la posesión, porque en el arte se completa, o se sustituye una realidad por otra, se invocan mundos. Quién sabe si a veces se materializan, como cuenta la fascinante película de Gonzalo Suárez ‘Remando al viento’, que trata del mismo tema, a partir de la génesis del Frankestein de Mary Shelley, en la reunión con sus amigos los poetas Shelley y Byron y el doctor Polidori, una noche de un verano lluvioso.

Y hay una cámara devoradora, con vida propia, que se pone en marcha cuando quiere, perfecto paralelismo con la inspiración. Y esa cámara interactúa también con lo que filma, que aparte de ser algo vivo (cada vez más fotogramas en rojo en la película que recibe en el paquete) es algo que adquiere vida propia que empieza a relacionarse con su creador. Como en "Remando al viento", donde la criatura creada-invocada (Frankenstein) no sólo se relaciona con su creador dentro de la propia obra (allí una novela), sino fuera de ella, en la vida del artista. La nueva realidad se materializa primero en su interior del artista y luego en el exterior, pero no cuento más para no destripar el argumento de esta segunda película que también recomiendo.

Lo creativo ¿qué relación tendrá con la fuente de lo místico, los sueños…? Todos ellos son profundamente espirituales (que no religiosos, pues la religión es opuesta a lo espiritual porque está basada en dogmas). Y crear no es tener ni pensar en algo, es ser, es invocar. Y sólo se es desapareciendo, dejándose hacer. Crear es dejar materializarse al mundo que quiere surgir, por mucho que lo tengamos pensado previamente, y ese mágico proceso es lo que lo convierte en algo excepcional, independientemente de su tema, incluso cuando éste es en apariencia cotidiano. Crear sería entonces un viaje a través de dimensiones.

La obra artística tiene ese efecto: arrebata a sus receptores igual que a su creador, pero no en todos provoca esa reacción, supongo que tiene que conservarse esa cualidad infantil y no todos la mantienen activa, ni todos los momentos son propicios, aunque de forma más o menos indirecta, todos la añoramos. Y luego está la historia que cada espectador o lector percibe, de manera personal, como una manera infinita de completar lo que creó el artista.
Película inolvidable. El arte me parece cosa de viajeros, no de turistas.

    


sábado, 23 de agosto de 2014

El cine negro, allí en la línea de sombra donde sus personajes están vivos

Por Tesa Vigal


(Dedicado a Lauren Bacall, abajo foto, por su reciente muerte)

Blanco y negro, aunque sea una película en color. Los contrastes de sombra y luz rodean, insidiosa y sutilmente, a los personajes del cine negro cuya seña de identidad quizás sea la del título. Personajes vivos, a diferencia de historias metidas en el género thriller que sólo ofrecen una acción vacía. 


Hay historias de cine negro en cualquier década. Pero todas tienen ese claroscuro que penetra hasta los huesos, sin que te des cuenta de ello hasta que sus historias de piel, y otras fronteras, empiezan a oler a leyenda.

El mundo en que se mueven es cortante y hondo. Gente ambigua y solitaria frente a la barra de cualquier bar, como en un cuadro de Hopper. Y de pronto todo estalla, confundido y radical, en acciones con peso y con fuente, a menudo extremas, en ese universo brumoso entre lo legal y lo diferente, lo inadaptado, lo peculiar. Pero es una inadaptación asumida, sirviendo siempre a un sueño absorbente. En la última escena de 'El halcón maltés' (la primera película de John Huston), un policía pregunta al detective interpretado por Bogart sobre el material de la estatuilla de halcón perseguida por todos y nunca conseguida. Y Bogart acaricia la estatua y responde: "del material del que están hechos los sueños" (abajo foto).


A través de su acción surge a borbotones lo íntimo, lo sutil, lo poético, lo rebelde. No hay personajes sencillos, por muy directos que sean sus gestos. Y las relaciones participan también de esa complejidad y de esa guerra interior, que suele condenarlas de antemano.

Gentes arrastradas por una vida hostil, en perpetua lucha contra una sociedad o una situación personal que les presiona, o les amenaza, empleando para ello todos los medios al alcance de su código personal. Seres que nunca se resignan. Pueden ser en apariencia débiles o perdedores, pero su interior sigue persiguiendo sus sueños hasta el final. Aunque ese final puede ser la muerte. Aún así morirán vivos. No siempre se logra.

Se trata de la vida en constante desafío, sin conformarse con las pequeñas gratificaciones que la sociedad concede. Sin admitir sustituciones, aunque eso suponga, a veces, el péndulo de todo o nada. En ocasiones, ese sueño de libertad encierra la cruel contradicción de contener en germen los valores que quieren dejar atrás, dejando una estela de actitud desgarrada.


En algunas de sus historias se habla de personas para las cuales triunfar es sinónimo de ser libres, más allá de perder o ganar. Por ejemplo el conmovedor y furioso James Cagney en 'Al rojo vivo' de Raoul Walsh, con su impresionante y esperpéntica escena final: "¡Soy el rey del mundo!" grita, rodeado de llamas, a punto de morir. Y lo es porque acepta todas y cada una de las consecuencias de la vida que ha elegido vivir. 

Como el protagonista de 'El buscavidas', de Robert Rossen, con una mítica interpretación de Paul Newman. Una de las películas más tristes, sobrias, íntimas, ásperas y bellas de la historia del cine. 

O Bogart en 'El último refugio', de nuevo de Raoul Walsh.


Ser ellos mismos, sin concesión alguna. ¿Para qué vivir sino...? Y es que Bogart es un punto y aparte en el cine negro. Nadie mejor que él interpretando la melancólica ironía del detective Marlowe en 'El sueño eterno', de Howard Hawks. Basada en una novela del irrepetible Raymond Chandler, en la que no importaba tanto lo que sucedía sino todo lo demás. En una de sus frases más representativas (no recuerdo a cuál de sus novelas pertenece) alguien le dice al detective Marlowe: "No me gustan sus modales" y él responde: "No se preocupe, no están en venta". Película con uno de los finales más sugerentes y bruscos. Dos personajes (Bogart y su memorable pareja Lauren Bacall) se encuentran en una casa, con un cadáver, asediados por otros que disparan fuera, con una sirena de policía acercándose. Y sin tener nada que ver, en realidad, con ninguna de las tres cosas. Y la escena se corta de pronto, en medio de esa acción. Fin. Porque esa acción no era lo importante, sino su pertenencia a una tierra de nadie. 
'El buscavidas'

Ese sobrio detective esperando en su perdido despacho, tratando de mantenerse al margen de la mezquindad que le rodea, o de las motivaciones de aquellos que le contratan. Buscando la luz en la oscuridad.

Personajes apasionados cuya vida se desborda en gestos sensuales, contradictorios o a contrapelo. En sus miradas intensas y sus sentimientos profundos. Por eso a aveces se mueven lenta, parsimoniosamente, cuando la vida borbotea en su interior, contenida hasta el momento de expresarse en un gesto. Es la forma fascinante, lenta y densa, de Lauren Bacall encendiendo un cigarrillo en 'Tener y no tener'. En ese segundo, pasado por alto como algo nimio por otros personajes, se concentran todos sus sentidos, ideas y deseos.

Es Faye Dunoway interpretando a la atormentada e inquieta Bonnie de 'Bonnie and Clyde', de Arthur Penn, en los 60. En esa escena en su habitación, moviéndose por ella desnuda, sintiéndose enjaulada. Y es Clyde  (Warren Beatty) sintiendo que le pide más a la vida, oscilando entre la ingenuidad y el miedo, la furia exacta y la ternura, sin lograr saber nunca qué es aquello que pide. La peripecia de la pareja será una búsqueda constante. Basada en la pareja real que vivió y murió acribillada en los años de la gran depresión. 


O el personaje de William Hurt en 'Fuego en el cuerpo', de Lawrence Kasdan, en los 80. Cuando sabe que si elige relacionarse con Katherine Turner será para abandonar para siempre una vida cotidiana carente de sentido. Esa inolvidable escena, mirándose ambos a través de las ventanas de la casa con las luces encendidas... 

Aunque ese tipo de elección va un poco más allá en 'Perdición' -'Double indemnity'- del inmenso Willy Wilder, que en esta historia de espesa tristeza y desafíos personales cuenta el encuentro que pone en marcha toda una exploración de los propios límites personales. Un reto privado, porque la mujer que baja las escaleras con una pulsera en el tobillo está claro que es alguien muy especial (de algunas de estas pelis y de ésta en concreto hablé en la revista wakan de mapas imaginarios. En este blog irán apareciendo los textos rescatados).


El cine negro es fronterizo, por dentro y por fuera. En esta última década vi otra peli que de nuevo roza este universo: 'Brick', una película independiente de Rian Johnson, protagonizada por un detective adolescente, en realidad, un estudiante de instituto encarnado por Joseph Gordon Levitt. Una historia de atmósfera inquietante y sutil, cuyo punto de arranque es la búsqueda de un amor perdido (foto abajo).

'Brick'
Bonnie and Clyde














Acabaré con dos frases de Bogart, el de la mirada triste de ironía lúcida: "Puedo ser tu amigo o tu enemigo, todo depende de que pueda seguir siendo yo mismo". Y la que le dijo a una periodista, poco antes de morir: "Puedes decir que ya estoy preparado para tomar mi última copa".       

sábado, 16 de agosto de 2014

Blade runner: sueño y naturaleza ¿qué es lo realmente humano?

Por Tesa Vigal

Cuando la atmósfera no sólo existe, sino que es protagonista, transmitiendo un río de sensaciones, es síntoma de que la historia está viva. Cuando eso sucede en películas de género, sobrepasándolo, el resultado suele ser tan profundo como insólito. Sobre todo, frente a las películas basadas en el bobo alarde de efectos especiales, con argumentos y personajes planos, o inexistentes. Justo lo contrario de 'Blade runner'.  

Esta película de Ridley Scott es un caso aparte. Y los replicantes (seres genéticamente "perfectos") también. Como Frankenstein se escapan de las manos de su creador, porque el intento de implantarles una falsa memoria es la torpe y patética manera de eludir los efectos de los "avances" científicos. Sólo se puede investigar, o crear algo partiendo de su hondura, nunca de las capas más prácticas y superficiales. Esto se aplica a la ciencia, al arte y a la gente. Y esto empapa, flota sobre esta historia. El misterio de la vida y el pavoroso enigma de su diversidad laberíntica, cayendo imparable como la lluvia sucia, sobre las calles de Los Ángeles en el 2019. Hermanando a perseguidores y perseguidos con la eléctrica sobriedad del mejor cine negro.

La zona de Los Ángeles es bastante seca. Sin embargo, en el año de la historia, 2019, llueve incesantemente sobre sus calles abarrotadas. Pero sus habitantes parecen más melancólicos que esa lluvia brumosa, o perfilada como finas agujas de cristal. Y la luz no viene de ninguna parte, como si todo tuviera su propia luz-oscuridad. 

Es una película íntima, poética, inquietante. Ya desde las primeras imágenes te mete, sin avisar, en su poderosa atmósfera emotiva, en el misterio de las fronteras de la vida, atrapando con su directa, honda emotividad.

Una ciudad no demasiado futura, barroca, de luces calientes y oscuras, construcciones piramidales, cielo sucio siempre metálico y húmedo, edificios casi rozándose como bordes de un desfiladero urbano de altura vertiginosa, salpicada de enormes anuncios de neón que sonríen al vacío, donde se habla un idioma mezcla de inglés, español, chino y holandés. Un idioma nuevo tan viejo y carcomido como sus construcciones. Todo parece mordido por el cansancio del tiempo. Los humanos también. Quizás más. Es una ciudad atestada, cada vez más llena de objetos en las calles, en las casas, en el aire. 

Hay un personaje gótico, fronterizo, conmovedor, Sebastian, creador de muñecos mecánicos y diseñador genético de los replicantes. Vive solo en un edifico desierto, aunque las clases acomodadas hace tiempo que abandonaron la Tierra para vivir en las colonias espaciales, y padece una enfermedad degenerativa que le hace envejecer rápidamente. Parece tener más de cincuenta cuando sólo tiene 24. Vive en contacto íntimo, por todo ello, con el vértigo del tiempo y las fronteras de la vida.

En una escena, cuyo silencio parece cantar con la sugerente, hipnótica música de Vangelis, el protagonista Deckard (Harrison Ford) se asoma a la terraza de su apartamento para contemplar la ciudad. Esa ciudad con cierto aire a la 'Metrópilis' de Lang, pero cálida y densa, con olor a comida china. Contemplar los anuncios de neón con el rostro de una chica oriental sonriendo al vacío, los coches-naves de la policía sorteando los edificios silenciosamente. Contemplar la lluvia metálica y contemplar el trabajo que está haciendo: buscar y matar ("retirar" según la palabra oficial) a replicantes (seres de carne y hueso, genéticamente programados), sintiendo cada vez que lo hace que está asesinando a un ser vivo, y quizás más íntegro, lúcido y sensible que los humanos que lo crearon.  Como dice, irónicamente, un replicante a Harrison Ford en una pregunta sin respuesta: "¿No eres tú el bueno, el hombre bueno?". 

Una atmósfera hondamente melancólica, fascinante, en el filo de la navaja de una inevitable lucidez. Atmósfera de cine negro, reconocida por el propio Scott al mencionar la semejanza del protagonista con el sobrio y desencantado detective Philip Marlowe de las novelas del gran Chandler. Ante las fronteras de lo humano. Ni siquiera los creadores de los replicantes conocen el alcance y naturaleza de esos seres genéticamente perfectos, planificados al detalle, que se les escapan de las manos. Seres que se rebelan y también revelan, igual de emotivos y misteriosos que los humanos, pero más enigmáticos, más auténticos por su entrega a la búsqueda del sentido de sus vidas. Y su duración. ¿De dónde vengo, cómo y cuánto voy a vivir...? Seres incómodos, que colocan ante los humanos el viejo y turbador misterio de la vida. Los replicantes no sólo piensan, sienten y deciden, sino que además sueñan. Esta película es una larga, sinuosa y abierta respuesta a la pregunta-título de la novela de Philip K. Dick (para mí muy, muy inferior a la película) '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?'. Blade runner es una respuesta entera al invocar un mundo por completo, no sólo mental como la novela, que por eso no invoca nada, carece de atmósfera, no conmueve, se olvida al poco de leerla, no está viva. Al menos esa fue mi impresión, por desgracia.

Pero existe la película. Y esa escena memorable, con el monólogo poético, digno de Shakespeare, del replicante ante la mirada atónita y rendida de admiración de un Harrison Ford derrotado. Cuando recuerda que su vida se perderá "como lágrimas en la lluvia". Y con toda la digna sobriedad de un alma de indio sioux, acaba murmurando: "es hora de morir".