Una de las cosas que me rescató de pequeña
fue descubrir que el mundo era enorme, infinito, más allá de mi familia, del
colegio, de los vecinos, porque a través de los libros primero, luego del cine
y la música, conocí otras formas de vivir, gente distinta, lugares lejanos, la
existencia de personas insólitas, o cotidianas, con una riqueza interior que se
reía de los tópicos, dejándolos pequeños, inquietando por ello, pero también
fascinando. Por todas partes, en cualquier tiempo, despertando las ganas de
conocerlos, de conocerme, con la certeza de que mi entorno no era el único y,
sin embargo, tenía su lugar, como los demás.
Por eso, cuando una historia habla de gente
usual, puedes verte a ti desde ángulos distintos, sólo por el hecho de verlo
desde fuera, saber lo que sería mejor evitar y lo bueno de la situación.
Naturalmente, esto sucede cuando la historia está viva, explora sinceramente,
más allá del mero retrato superficial, cuyo alcance sería periodismo de corto
alcance. Y cuando habla de situaciones o personas extrañas, su carácter
singular también conduce a relativizar, aportarnos facetas desconocidas, quizás
dormidas o ajenas, pero cuya existencia evidencia el misterio laberíntico del
mundo.
Supongo que la clave está en la
profundidad. En esta segunda película de Isabel Coixet, los personajes son los
vecinos de al lado, pero lo que aporta es la atmósfera atípica de su visión,
diálogos sorprendentes, imágenes singulares, situaciones únicas a las que se
llega con un pequeño giro en las decisiones, una provocación involuntaria al
azar.
Más en concreto, y en palabras de la propia
Coixet, se trata de una historia de gente nadando en la oscuridad de su vida
cotidiana. También estoy de acuerdo con ella, en que traducida a música hubiese
tenido que ser la música de Tom Waits. Una lástima que no fuese posible.
¿Qué puede suceder si, de pronto, cuentas
ante la cámara de vídeo lo que no le has dicho a una persona? Si, además, esa
cinta decides enviársela a esa persona que ya no quiere saber nada de ti, comienzas
una partida de ajedrez con el mundo de consecuencias imprevisibles. Porque se
la confías al vecinito amable y tímido que trabaja en correos, y ese vecino
está enamorado de ti y en lugar de mandarla decide verla antes, y entonces su
timidez se marea, se enfrenta al vértigo de influir en tu vida, decidiendo por
ti. Esto sólo es la premisa de la historia.
Gente que trata de suicidarse, otros que no
se atreven a expresar emociones, empleados y clientes de una tienda con sus
sentimientos sobrevolando el mostrador, sin llegar a tocarse.
Sus actores rebosan humanidad, con la
enorme Lili Taylor a la cabeza, una actriz de cine independiente, poco
conocida, que me ha puesto los pelos de punta en las 2 pelis que he visto de
ella. Todos tienen un toque especial, quizás por el aire de estar viviendo algo
incierto, y eso suele abrir a la gente sacándola de costumbres, de tics
profesionales, de rutinas emotivas.
La última parte de la historia se desliza
como fluida sombra inesperada, con la misma áspera sencillez que desemboca en
ese tipo de encuentros que desestabilizan, sean buenos o malos, por la
irrupción del misterio. Y, su escena final, prende con su línea fronteriza,
cuando esa misma escena podría ser el comienzo de otra historia, al mismo
tiempo que el final de la contada. Se me ocurren ejemplos gloriosos de este
tipo de finales, como el de la joya negra de Willy Wilder ‘Perdición’ – ‘Double
indemnity’. Hablé de ella en:
En ella la historia se cierra con una frase: “más cerca”. En la de
Coixet, se cierra con una mirada unilateral, y aunque la de Wilder es una peli
memorable, única, la de Coixet es de un inquietante tono menor.
¿Cómo se reacciona ante un periodo de
obligada soledad? Y ¿cómo puede vivirse? En esta historia sale una de las
posibilidades, permitiendo la irrupción de lo profundo en lo cotidiano, a cuyo
tren se sube la protagonista, dispuesta a hacer lo que más se teme y de lo que
más se huye: estar consigo misma, cara a cara. El miedo a la soledad de la
surgen los fantasmas, pero tras ellos se agita la libertad, lo desconocido.
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