lunes, 2 de noviembre de 2015

'Mi vida sin mí' de Isabel Coixet

Por Tesa Vigal

La certeza de la muerte cercana transforma la vida volviéndola trascendente, plena y, sobre todo, cambiando la escala de valores y el orden de preferencia de acciones y decisiones. Colocando cada cosa en su lugar, desechando las inútiles, banales y secundarias. Es decir transformando la vida en una vida auténtica, en armonía con nuestro ser. Así es como tendríamos que vivir siempre, pero sólo ante momentos excepcionales como ciertas encrucijadas, o la proximidad de la muerte, se revela la importancia de lo irrepetible. Incluso en el supuesto de la reencarnación, cada vida actual es la única vida. 


Este es el sugerente tema, casi hipnótico por momentos, de la película de Coixet, alejado del melodrama y por tanto de lo superficial. Su protagonista, encarnada magníficamente por Sarah Polley, no vive su penosa circunstancia como una víctima, ni tampoco quiere colocar en ese papel a los seres queridos que dejará atrás. Se mira de frente, contempla por primera vez mira su vida con sus límites y sus posibilidades, lejos de la actitud automática que la llevó a ser madre adolescente.

Como en “Cosas que nunca te dije”, la historia rezuma liberación, lo cotidiano rescatado de su banal trampa gris, revelándose plena de sentido, de inevitable atmósfera poética con sus imágenes sobrias, exactas, apuntando siempre a nuevas sugerencias como en las muñecas rusas o las cajas chinas, una dentro de otra, con sus colores llamativos pero sencillos, nítidos pero sutiles, emocionales pero silenciosos. Una atmósfera melancólica que empapa como la lluvia, pero se desliza dulce y honda como las gotas que se reciben entregadamente, anheladas con alivio y recubiertas por un deseo que vuelven el instante cotidiano en algo extraordinario. 


Todos tendríamos que escribir en un cuaderno, como la protagonista, “cosas que hacer antes de morir”. Y luego realizarlas impecable e implacablemente, porque no habrá otra oportunidad de vivir nuestra vida.  Puede que descubramos que una actividad que considerábamos tonta o sin importancia se revele como fundamental e insustituible. Y al revés, cosas que juzgábamos de gran relieve se conviertan en cosas desechables y absurdas. ¿Cuánto tiempo nos ocupan? ¿Qué es lo que nos roban...?

La escena de la lavandería (escenario frecuente en las películas de Coixet) con el personaje conmovedor de Mark Ruffalo, lleno de vida que se le escapa a través de mínimos gestos, viendo dormir a la persona que acaba de conocer... Los silencios de esta película, medidos y pulidos como piedras preciosas, son todo menos vacíos. Están plagados de acción, absorbentes e ilimitados como el juguete de un niño. Y sin embargo todo en esta historia es sencillo. Mágicamente sencillo, saliéndose de sus límites de espacio y tiempo. Humildad, sobriedad, melancolía... 
    
     



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